domingo, 13 de abril de 2008
Comentario al libro "Higiene", de Ernesto González
Reparo y no adorno
(Higiene, Ernesto González Barnert. Ediciones del Temple, Santiago, 2008)
“Unta este pan duro /en tu vino de ordinario y róelo /figurándote otra friturilla u snack”. Así comienza “Higiene”, de Ernesto González Barnert. Es una verdadera advertencia al lector: lo que viene es un terreno pedregoso y sin lugar para la placidez, vas a meter los ojos en el barro y tienes que soportarlo como puedas. El poeta no le hace fáciles las cosas al que se acerca a sus versos: exige, interpela al lector desde un lugar a la intemperie que es preciso habitar: “Tú que propicias atender mis ejercicios con desdén / ¿Sabrías esquivar las plagas, la rueda de la fortuna, / la traición de la belleza?”.
Con resonancias clásicas y una preocupación formal que decanta en un estilo sentenciosamente áspero, conciso, a veces tosco, a veces brillante, el poeta nos introduce a un mundo que es su oficio, que es la elección radical de seguir un destino: “He sido un avestruz para los que me aman /-metiendo la cabeza en la tinta-.”. La Higiene de Ernesto González es no claudicar, estar limpio del sarcasmo fácil, de la pose estéril, de la poesía que no implique poner todo su ser en cada línea, con vocación de salmón que no transa ante la corriente. Todo ello, consciente de lo difícil que es encontrar el esquivo oro de la poesía: “Yerros enreda mi anzuelo /si cazo / deportivamente o para comer”.
Iluminación y ejercicio, necesidad y constancia, lecturas y encierro son la ética del poeta que se enfrenta al papel perfectamente blanco, para intentar una y otra vez dar con una respuesta o una puerta: “No desiste, porque no, porque no desiste /y vuelve sobre la hoja”. Esta entrega traspasa la anécdota literaria: no es sólo “poesía para poetas”, como podría alguien suponer, sino que es una posición frente al mundo, un dar-la-vida-por-algo, un no renunciar aunque ello implique sufrir, aunque nadie escuche, en un mundo transido por una posmodernidad a la que le sobra todo ideal, todo sacrificio.
“Quizás este tono menor sea el destino implacable /de unos versos. /No diré poesía por temor a que no la haya”. En muchos versos sí la hay, madura y profunda como la que puede brotar de los abismos de la angustia existencial, de un cara a cara con el tiempo, con los límites, con el páramo. En otros, el ejercicio se queda corto y no llega a tocar la poesía, ya sea por falta de profundidad o por limitaciones formales. Pero será tarea de otros hacer una exégesis más acabada de este libro, ejemplo de trabajo arduo y de tallado paciente y artesanal. Como Beckett, González persiste cada vez en “fracasar mejor” y encontrar el mapa en el camino. La suma de estos poemas configuran una voz distinguible, una voz que machaca con su insistencia, con su tozudez, con su irrenunciable y estremecedora elección de vida. Un chillido, como el del loro del muladar, “que ha de ser reparo y no adorno”.
(Nota de A.F. Publicada originalmente en el sitio letras.s5.com)
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