martes, 29 de abril de 2008

Horóscopo, por Sola Vio

La prestigiosa mentalista Sola Vio se ha sumado a nuestro equipo y nos entregará semanalmente sus predicciones.


Aries
21/3 - 20/4


Da con su cabeza contra sus creencias. Pierde un pendiente azul para emprender nuevas empresas. En amor clima sosegado.

Tauro
21/4 - 21/5

En cada desconocido hay un torero ardiente. Evite el rojo si va a la plaza. Los cuernos son suyos por naturaleza.

Géminis
22/5 - 21/6

Detrás del espejo hay una pianola que repite el rollo. Procúrese una taza de chocolate al entrar en la cama. Evite los chanclos ajenos.

Cáncer
21/6 - 23/7

Absténgase de ocupar las localidades vacías del Metro. Procúrese en cambio un paraguas rojo. El amor ya estaba cuando Usted llegó.

Leo
24/7 - 23/8

Pida rebajas y a cambio regale el vuelto. En amor no resista la mano amiga. Cariño a raudales si pierde la solemnidad del momento.

Virgo
24/8 - 23/9

Terrenos nuevos para descubrir. No tema penetrar en lo desconocido. Ábrase al pálpito con tiento. Esta semana dará con Usted en cama, por razones de salud.


Libra
24/9 - 23/10

Precario equilibrio lo sucumbe a reproches. No se deje llevar por sus certezas. Dele crédito a lo increíble.


Escorpión
24/10 - 22/11

No puede ir contra su naturaleza. Procure vestirse con guantes de plástico. Evite pinchar en el Metro.

Sagitario
23/11 - 21/12

Esta semana se sentirá carancanfunfa pero no le de chance. Evite decir lo que piensa para estimular la dicha en su hogar.

Capricornio
22/12 - 20/1

Nubes rosadas por la tarde. Esperando lo inesperado alcanza su libertad. Aléjese del olor a bostezo. Aprenda a nombrar cada pluma del ala derecha del albatros.

Acuario
21/1 - 19/2

Evite acodarse a la vera de tazas de café y obre sin estreñirse por el deber. Mensajes misteriosos y sin respuesta en el amor.

Piscis
20/2 - 20/3

Finaliza un largo momento que le da una segunda chance.
Está condenado al éxito: irradiado radiante.

sábado, 26 de abril de 2008

Intercambios

por Guillermo Carrasco Notario


Se inauguró en el MAVI la muestra “Intercambios”, que presenta al público las más recientes adquisiciones del museo en el marco del proyecto Valle de los Artistas, en el que los creadores truecan una parcela en el condominio cerca de Lolol por obras suyas. Gracias a esta iniciativa el museo ha podido incrementar sus colecciones en cerca de quinientas piezas.

“Intercambios” nos introduce en un mundo heterogéneo, donde hay desde cuatro excelentes obras de los años ochenta de Eva Lefever, hasta las recientes del colectivo Inoxidable-Neopop, con varias obras de González Lohse y el interesante “Carrito de Ventas” de Victor Hugo Bravo, que a pesar de su pintura camuflada se destaca en medio de una de las salas del museo.

Me parecieron especialmente apreciables los volúmenes espinudos de Elisa Aguirre que además de visuales son “olfativos”, por el olor a caucho que desprenden. En general, en este nuevo grupo de obras con que el MAVI acrecienta su acervo predomina la visión de un mundo deshumanizado, desolado e inhóspito. Es interesante el criterio con que se han seleccionado las adquisiciones, entre las que están los muy predecibles grabados de Gonzalo Cienfuegos junto a las novísimas propuestas de jóvenes creadores. Es la del MAVI una mirada “a largo plazo”, que no se contenta sólo con la seguridad de las firmas consagradas y apuesta a integrar a sus fondos también lo novel y experimental.

Del MAVI partimos con mis amigos Tatiana Alamos y Carlos Alvarez al Patio Bellavista, donde nos reunimos con Hugo Marín, Yves Beton y Edith de Ginestet para ver la instalación que inauguraba Norton Maza: Una limusina de cartón. Con Tatiana, a invitación del autor, estuvimos sentados adentro de la escultura, que tiene cómodos asientos de esponja, teléfonos, hielera de cartón y frigobar con cubitos de hielo de plumavit. Norton Maza, quien por estos días está exponiendo también en la residencia de la Embajadora de Francia, tiene un agudo modo de criticar la sociedad de consumo y la escisión maniquea del mundo Bush vs. terrorismo. Es la suya una obra interesante, informada, en sintonía con tendencias visuales internacionales.

viernes, 25 de abril de 2008

Pilar Peña, pianista: “Yo nunca quise ser Claudio Arrau”

por A.F.C.



En la música, el trabajo de los intérpretes es fundamental, ya que son ellos los que finalmente rescatan o condenan al silencio las partituras que otros han escrito para sus instrumentos. Pilar Peña se tituló el año pasado de intérprete en piano en el Conservatorio de la Universidad de Chile, y a diferencia de otros colegas que se abocan a los grandes clásicos de todos los tiempos –lo que la mayoría quiere oír-, tiene un interés genuino por tocar música chilena contemporánea.

La joven pianista participó ayer del homenaje que se rindió en la sala Isidora Zegers al compositor y Premio Nacional de Arte, Gustavo Becerra (1925), tocando varias de sus obras. También colaboró en la organización de este concierto, que convocó a otros destacados músicos de la Universidad de Chile como el pianista Cirilo Vila, la contrabajista Alejandra Santa Cruz, el tenor Daniel Farías y el flautista Wilson Padilla, entre otros.

Los músicos animaron este fraterno homenaje con un repertorio que permitió escuchar obras que pocas veces se pueden escuchar. Sobre esto conversamos con Pilar Peña algunos días antes del concierto, para una entrevista que salió publicada en el sitio de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. En ese breve encuentro, me impresionó su madurez y su apasionada forma de encarar la música, la que luego pude apreciar en toda su magnitud en las intensas interpretaciones que hizo de las obras de Becerra.

De esa conversación quiero rescatar algunas de sus palabras:

“Es casi una bandera de lucha tocar música chilena. Es algo que oficialmente, en términos de programas de estudio, no se aborda desde el mundo de la interpretación. Ni en este lugar ni en ningún otro. Es algo lamentable pero cierto. O quizás no se aborda como debiera, no tiene la importancia que debiera tener... Nadie que yo sepa se ha detenido a estudiar cómo incorporar al mundo de la Academia a la música contemporánea y la música chilena”.

“Yo nunca quise ser Claudio Arrau, nunca quise irme al mundo a dar giras y conciertos de Rachmaninov y ser un genio. Más bien quería encontrar el sentido que había detrás de lo que yo hago pero abriéndolo a la sociedad... Es una cuestión de identidad musical de la cual nosotros carecemos porque las circunstancias de la formación se dan así, y quizás es un circulo vicioso, porque la gente que se forma después es la que enseña y así sucesivamente”.

“En definitiva, la música chilena es este momento es una cuestión de principios, de ética, de identidad. Cuando observo a personas como Fernando García, Cirilo Vila, Luis Advis, que lucharon la vida entera por hacer este espacio del cual yo me nutrí durante todos los años de mi vida que estudié, no puedo sino tratar de seguir el camino”.


jueves, 24 de abril de 2008

Los Cien Pasos, rastros de tiempos imposibles


por Marcelo Morales C.


“Un filme siempre es una obra de arte. Nunca reproduce la realidad tal cual es, sino que, a través de cierta mirada, de cierta orientación interpretativa reinventa esta realidad, la transfigura dándole un sentido”.


Esta cita del protagonista de Los Cien Pasos termina definiendo completamente a esta película italiana dirigida por Marco Tullio Giordana (La Mejor Juventud) y que se exhibe desde hoy en el cine arte Tobalaba. La define porque se basa en la vida del militante comunista Peppino Impastato, un siciliano que enfrentó a la mafia de la isla con sus ideas revolucionarias en plenos años 60, lo que finalmente le costó la vida. Y la define porque Giordana no toma este hecho real para crear un mero retrato heroico de Impastato, sino que lo toma para conformar de manera alegórica una forma de pensamiento y de vida –la rebelde o revolucionaria- que finalmente parece haberse extinguido en medio de las vicisitudes históricas que actualmente hacen ver al comunismo como una ideología política ingenua o decididamente ridícula.

Siempre con esta idea de frente, el realizador recubre la vida del personaje con una aureola romántica, enclavado en una realidad en que ese ambiente era posible de darse y que ya no existe más. Movimientos de cámara suaves, colores vivos en donde impera el rojo, diálogos donde siempre la última frase contiene tintes poéticos –versos de Pasolini siempre están presentes y canciones del rock sesentero son elementos que por instantes pueden parecer empalagosos, pero que le dan el cariz idealista fuerte de una época que terminó chocando con una realidad sobria y dura, a la postre vencedora.

“Lo único que hemos aprendido es saber ser derrotados”, le dice un viejo comunista a Peppino. Esa derrota es de la que Giordana se hace cargo y que hace sentir que Los Cien Pasos no es un filme nostálgico, sino que una tragedia irreversible. El triunfo fue del capitalismo, representado acá por la sobrevivencia de la mafia siciliana. Desde este punto de vista, la película es claramente osada y, por lo mismo, vale la pena apreciarla. Aún más en estos tiempos en donde todo sigue a pique.





Los Cien Pasos (I Cento Passi)

Director: Marco Tullio Giordana.

Con: Luigi Lo Cascio, Luigi Maria Burruano, Lucia Sardo y Paolo Briguglia.

Italia, 2001.

114 minutos.

martes, 22 de abril de 2008

Sobre Luciano Benetton y Gregorio de la Fuente


Ojo Latino



por Guillermo Carrasco Notario

El 16 de abril pasado Luciano Benetton inauguró la exposición Ojo latino, en el MAC. Se trata de una colección de muchas decenas de cuadritos tamaño postal que otros tantos artistas de 17 países han regalado a Benetton para aparecer en un libro que eventualmente publicará el empresario.

El día de la inauguración había una gala improvisada de elegantes que deseaban ser presentados al Dux de las arcas y de las artes. Se respiraba un ambiente de grandes expectativas, del que participaban por igual noveles y consagrados. Finalmente, cuando después de hora y media de espera apareció Benetton, los cuadritos de 15 x 20 se hicieron invisibles del todo tras la melena leonina de Luciano. De este besamano participaron todos los que pudieron, desde Julita Astaburuaga hasta Francisco Brugnoli. Las fotos con el Dux costaban $15.000, pero un amigo mío artista consiguió comprarla por $5.000 porque en la de él Benetton aparece mirando para otro lado.


Esa misma tarde se inauguraba la cara opuesta de la medalla: La retrospectiva de Gregorio De La Fuente en el Centro Cultural Montecarmelo. Aquí todo era a media luz, sin famosillos y sin flashes. La muestra reúne una acertada selección de la pintura de caballete del maestro, desde el cuadro suyo más antiguo que se conserva: un retrato de su madre, hasta “Sueño Azul”, la pintura en la que trabajaba cuando lo encontró la muerte. Aquella obra es precisamente un retrato del tránsito postrero. En la muestra se puede ver también su época abstracta de los años setenta y algunos bocetos de murales, disciplina en la que Gregorio De La Fuente fue consumado maestro. Para ser completa la retrospectiva faltaron los mosaicos y las cerámicas y esmaltes que Gregorio trabajó con tanto acierto.

Al final de esa jornada, cerca de las doce de la noche, Luciano Benetton volvió solo al MAC para mirar los cuadritos que no pudo ver durante la inauguración. Allí estaban esas estampillitas de los artistas latinoamericanos que le habían escrito al Viejo Pascuero, con la expectativa de recibir su panetton.

sábado, 19 de abril de 2008

Un poema de Virginia Gutiérrez Berner


Virginia Gutiérrez Berner nació en Santiago en 1979 y reside actualmente en Estados Unidos, donde termina estudios de posgrado en literatura. Ha publicado poemas, cuentos y artículos en revistas y antologías. Mantiene inédito el libro "Relatos fieles" (poesía) y es una chica muy guapa e inteligente.


a homework on complexity

quién conoce como es conocido. entre las sombras
no finge ser la sombra. apenas declara ver
sus dedos en el nombre de sus dedos. una bruta tarea en
/complejidad.
pero es brusco en su corola
y sabe lo que pesa en la justeza. conoce
como es conocido. abreva el agua en la cóncava espesura
deja el dintel de la mesa como si tal.
te balbuceaba por buenas razones. te digo la s contra el paladar
te pronuncio donde faltaba. sabemos lo que hemos
perdido en medio de la gracia. desciende sobre nosotros
lo que quedaba del verano siempre tres o cuatro años más tarde.
nos dimos como en la gracia—sin reconocer
la carne en la carne, lo que empezaba a transformarse
nos dimos sin saber lo que se daba y no era
como decía serse. como si hubiera podido
alguna vez alguien reconocer un pez entre otros peces
o las algas. lo que nunca hemos visto de cerca
salvo nada es nuestro. dicho al oído te he dicho. cada uno
en la fuerza del otro, en el peso que renuncia la métrica
pero no la letanía. no el franco cántico de creo,
creo en la importancia de las escafandras. es necesario
ajustarse a lo visto como lo dicho, con esta
fidelidad. la fruta roja y el pez que no importa
si se muere: un número menos entre muchos, uno rojo entre
otros rojos, un perfil ondula en la transparencia del vidrio como
en el agua o la roca. lo que nunca mira de frente. lo
que no sabemos si está muerto porque no sabemos.
lo que no conoce ni es conocido. lo que hemos
cerrado sin saberle los párpados. lo que hemos mentido
por amor del tercero. lo que se va porque tiene que irse. lo que
decimos aferrado al dejarás de estar. lo que has sostenido
entre los dedos contra ti. entonces serás conocido
como conoces, y será suficiente. porque vemos el destino
de lo que ondula y nunca da la espalda. ni muestra el rostro
en la jactancia de la presencia. ni dice cómo falta cuando falta. ni
borra su olvido para que no se note. ni repite su nombre después
de mí. ni cuenta hasta tres para mostrar cuánto no le importa. ni
es bueno de su bondad y no la suya. ni zanja de una sola vez. ni
escribe sobre papel o sobre el agua. ni escribe sobre la piedra. ni
resuelve dejar de estar. ni deja de abrir la puerta.


Virginia Gutiérrez Berner, 2008

jueves, 17 de abril de 2008

Los poetas y la tentación del poder

(Artículo públicado originalmente en el sitio letras.s5.com. Allí se pueden encontrar algunas respuestas a este texto)


por A. F.

Leo los recientes artículos publicados en el sitio letras.s5.com por Felipe Ruiz (sobre la “generación novísima”) y por mi amigo Juan Pablo Pereira (acerca del muy buen libro de poesía que acaba de lanzar Rodrigo Arroyo, Chilean Poetry) y me queda una sensación de sinsentido por lo que distingo como una suerte de lucha de poder por “quien la lleva” en nuestra poesía, a quién hay que seguir, cuál es el paradigma poético-estético que va ganando en esta carrera de caballos desbocados que sería la actual diversidad de propuestas literarias. Pereira sentencia que Rodrigo Arroyo ha escrito un libro “fundamental” que “habrá de contradecir definitivamente” a la “generación novísima” y a la de los “rezagados” de los `90, mientras que Felipe Ruiz dice que “la Novísima representa la última manifestación de la poesía chilena”, que seguirá habiendo poetas “pero el destino de la poesía chilena ha sido trazado en estos últimos poetas”.

¿Por qué Arroyo habría de contradecir a dichos poetas? ¿Qué destino tan insoslayable ha trazado la poética de la "novísima"? Me deja melancólico ver la megalomanía de estos juegos, estas carreras pueriles por posicionarse en la jauría, esto de hacer rankings con los mejores poetas y de consagrar a los que realmente valen y han aportado al progreso de la poesía. Sí, esa horrible palabra parece estar subyacente en estos discursos, que parecen decir que hay poesía que caduca y poesía que traza caminos ineludibles, poesía que fracasa y poesía que gana, todo esto de acuerdo al paradigma en el que el poeta –un simple peón- esté adscrito.

Los que firman dichos artículos (que me consta que hablan a su vez por otros tantos, por lo que estas líneas no están dirigidas sólo a los firmantes) son poetas jóvenes, ambos talentosos en su estilo, lo que me parece un agravante en esta disputa. Es verdad, no hay muchos críticos que den cuenta del mapa poético actual, que expongan una mirada de lo que está sucediendo con los poetas en Chile, ni hay mucho espacio de diálogo para las obras artísticas en general, que salen a la luz para unos pocos amigos y nada más. Pero que gente creativa y con una mirada supuestamente más honda de la realidad caiga en lógicas genuinamente antipoéticas de poder y posicionamiento me parece triste. Afanes que sólo aportan vacío al vacío del mundo, que no sirven para nada que no sea estar en la orilla opuesta a la poesía.

¿Por qué hay tanto poeta que se empeña en estar lejos de la poesía? Me lo pregunto seriamente al ver que muchos ocupan su tiempo pensando en “la importancia de su obra”, en lo que “aportan” al misterioso saber acumulado de los que estuvieron antes y se aproximaron al arte. “La poesía es eso que se encuentra por ventura” dijo un poeta alguna vez y yo lo creo, por lo que pienso que jactarse de la buena fortuna o querer decir que hay fortuna “más afortunada que otra” es ridículo. Deberíamos haber aprendido ya la lección: el poeta tiene poco de qué vanagloriarse. Además, no hay que perder de vista que a muy poca gente le importa la poesía (casi siempre a los mismos poetas), por lo que disputarse el dudoso honor de llevar el pandero tiene tanta importancia como elegir al rey de una isla hundida en el mar.

¿Por qué no disfrutar sin tapujos ni delimitaciones de los buenos poemas de Héctor Hernández, de Rodrigo Arroyo, del mismo Juan Pablo Pereira, o de Germán Carrasco y de otros tantos que son metidos en el baile y también de los que no pululan por los circuitos literarios y que son tan valiosos como ellos? De cada uno he leído poesía, desocultamientos de parcelas de ser que me estaban vedadas antes de leerlos, estremecimientos, verdades. Poesía al fin, incomparable y por lo mismo incompetible con la de sus compañeros. Por cierto, cada uno tiene sus preferencias. Pero, ¿es necesario que una se imponga? ¿Hay una más válida que otra? ¿Son los mismos poetas los llamados a dictaminarlo? ¿Rodrigo Arroyo hizo caducar la poesía de otros? ¿La “novísima” dejó obsoleta la obra de sus predecesores y estableció definitivamente el sendero a seguir para los que vienen?


Creo que no le hace bien a los poetas, ni a sus libros ni a sus poéticas ser utilizados en este juego inconducente. Me encantaría que los pocos que debieran estar ajenos a la estupidez reinante en la actualidad no se contagiaran de la lógica del reality y del cuoteo, del poder y de la miopía, de la estrechez y la farándula que dominan nuestro país. Que se ocupen de ver, de crear y de abrir mundos en vez de cerrarlos.

domingo, 13 de abril de 2008

Santiago la horrible

Por Guillermo Carrasco Notario
(Artículo publicado originalmente en la revista "Punto Final")

Acaba de llegar a las librerías la obra “Atmósferas” (Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2006, 75 páginas), del alemán Peter Zumthor. En un tono coloquial, a veces frívolo, el autor va describiendo los elementos que a su juicio conforman ese misterioso hechizo de las ciudades antiguas, o el fuerte magnetismo de un edificio que invita a permanecer en él porque tiene una atmósfera propicia, en la que se conjugan armoniosamente la luz, el sonido, la temperatura, las relaciones volumétricas, etc. Zumthor da las pautas para desglosar en nueve puntos clave la compleja conjunción de estímulos sensoriales que englobamos bajo el término atmósfera cuando, por ejemplo, nos referimos a ciudades como Cuzco, Roma o Estambul, en las que una trama poderosa de texturas, sonidos, olores y formas nos envuelve despertándonos todos los sentidos. Sin embargo es sabido que las partes no explican el todo, lo que ocurre con el desenfadado ensayo de Zumthor, que termina disipando cualquier atmósfera en la enumeración y descripción de sus elementos constitutivos.

Tendría que haber partido hablando de la ceguera del ojo y la clarividencia de la piel, de otro modo es imposible comprender aquello que llamamos atmósfera, experiencia en la que el mundo nos envuelve en lo que podríamos llamar una visión periférica desenfocada, dialogando además con todos nuestros sentidos, por el contrario de la visión enfocada del ojo que mira a la distancia, separándonos del mundo. Nada más a propósito para hablar de esto que nuestra Santiago. Cuando se contempla un grabado del s. XIX, de los muchos que hicieron los viajeros europeos que pasaron por Chile o, mejor aún, cuando miramos una fotografía de fines de 1800, la clásica tomada desde el cerro Santa Lucía o aquella otra menos conocida, tomada desde la calle Carmen en la que aparecen las casas de fachada continua, los tejados, y atrás la agreste mole del Santa Lucía, con la roca viva, antes de los jardineos de Vicuña Mackenna, ciertamente estamos contemplando una ciudad muy distinta de nuestra esclerosada Santiago de hoy; pero también un mundo completamente otro.

En aquel Santiago las distancias se medían con las piernas y los portales de las construcciones eran una mediación mágica entre el mundo de lo público y lo privado. Los lustrosos pomos de bronce de las puertas habían sido bruñidos por varias generaciones de manos, que de alguna misteriosa manera también habían dejado algo de su calor en el metal de la puerta, entibiándolo con la familiaridad del mundo doméstico. Las calles, de fachadas blanqueadas demasiado monótonas y villanas según la opinión de María Graham, tenían en el barro de su enlucido la huella digital del albañil y el tamaño exacto del rol que su propietario se figuraba en la sociedad.

El aire que corría por esas calles venía cargado con el aroma de las huertas secretas en el corazón de aquellas casas, del excremento de los caballos, del humo de los fogones, del sudor que se filtraba desde las axilas haciendo más densas las ropas, de la orina en los rincones propicios, del pescado seco, de las especias, de la manteca y otras tantas mercancías de los ambulantes que recorrían la ciudad con sus pregones, que venían a mezclarse al traqueteo de las carretas, al murmullo de las acequias, a las sonoras vibraciones de las muchas campanas. Pero también era presencia viva en el Santiago de entonces una oralidad muy rica, que mantenía en la boca del pueblo la historia de la ciudad. Vicuña Mackenna, Daniel Riquelme y Justo Abel Rosales son historiadores que supieron recoger de aquella fuente oral la fuerza de muchas de sus páginas sobre Santiago. Hay en esta visión de la ciudad captada a partir de una foto antigua un ejercicio imaginativo; pero que podemos encarnar sin mayores problemas en ciudades del presente, como Cuzco en el vecino Perú, o Estambul en Turquía, destruida y humillada según Orhan Pamuk en un acto de amor sádico por los propios estambulíes. Aquellas ciudades tienen en común la atmósfera, que según Zumthor tiene que ver con la calidad propiamente arquitectónica y según yo con una visión periférica y desenfocada del mundo. En otras palabras: son ciudades hechas para todos los sentidos y no únicamente para la vista.

Nada más diferente de aquel Santiago háptico del s. XIX que aquellas construcciones ópticas, transparentes, elevadas, rectas, afiladas, que perfilan el “moderno” oriente de la Capital, resultado de lo que Juhani Pallasmaa entiende por una concepción de la realidad estrictamente visual y en consecuencia separada del cuerpo de las personas que la pueblan, en el entendido que el ojo toma distancia y el tacto acerca. Son edificios no para habitar, sino para mirar simplemente, fruto de una “visión enfocada” del mundo. Edificios hechos a máquina, con materiales (vidrio, plástico, metales esmaltados) que ofrecen al ojo superficies perfectas en su continuidad y eterna lozanía, que han descartado adrede la pátina, la marca del tiempo con su riqueza plástica e histórica. Construcciones que exploran una dimensión espacial carente de tiempo y que son reflejo de nuestro propio temor cultural al envejecimiento y a la carcoma. Aquí la mano ya no se encuentra con el pomo bruñido por otras manos, ni el peso de nuestro cuerpo se mide con el de las puertas de los edificios, que ahora se abren automáticamente por dispositivos ópticos. El uso neurótico del espejo en las construcciones nos envuelve en volúmenes fantasmagóricos en los que nuestra mirada rebota sin poder darnos una idea de las vidas que discurren detrás de esas superficies.

Una ciudad que se desarrolla sin tener en cuenta el cuerpo de quienes la habitan es una ciudad inhumana, entregada a una arquitectura intelectualizada, estrictamente visual e individualista, que nada tiene que ver con el mundo cultural de lo colectivo, que sistemáticamente margina lo popular o lo vernáculo y que da por resultado una ciudad del ojo sin significado para las personas que la habitan. El olfato ha sido clausurado en un ambiente poluto que obstruye las mucosas nasales y el oído torturado con la estridencia ensordecedora de las bocinas y los motores. Una ciudad tal no puede tener atmósfera. Es el fruto de la sistemática destrucción de la realidad heredada, de los recuerdos y de la imaginación, una ciudad que no le habla a los sentidos. Lo que en alguna época fue experiencia cotidiana, hoy es vivencia extraordinaria. Por eso cuando tenemos la oportunidad de viajar a alguna ciudad háptica, ciudad tanto para el olfato, el tacto, el oído y el gusto como para la vista, tenemos la sensación de estar ingresando a un universo nuevo, a un mundo desconocido para nosotros, pobres habitantes de una ciudad abusada por la tiranía del ojo y el desmedro del cuerpo.

El mundo de Matilde Pérez


Mientras en Chile un centro comercial retiró el mural que Matilde Pérez realizó en 1982 para esa infraestructura, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid, expuso una de sus obras, titulada Vertical II, por casi tres meses, junto a trabajos de artistas como Marcel Duchamp, Salvador Dalí y Víctor Vasarely, entre otros.


Texto y fotografías: Isis Díaz López.
Nota publicada originalmente en el portal www.artes.uchile.cl


"Cada uno tiene su mundo, pero hay que buscarlo, no hay que buscar el ajeno. Esta es mi pieza, es mi mundo que está aquí concentrado", explica Matilde Pérez sobre el lugar en que tiene reunida gran parte de su vida. Libros, premios -"ese lo tengo ahí escondido porque lo encuentro muy feo"-, afiches promocionales de exposiciones, obras electrónicas de su autoría, un volantín que le regaló un amigo, entre muchas cosas más, dan vida al lugar favorito que la artista tiene en su casa y en el cual se dedica a crear.

Matilde Pérez tiene 86 años y mantiene intacta su curiosidad y lucidez. "No estoy quieta, no me he quedado en nada, no puedo quedarme, no puedo", señala la artista chilena, agregando que "mi mente exige búsquedas". Y en eso está. Desde el sillón que tiene en "su mundo", Matilde Pérez da indicaciones a su ayudante para afinar los detalles de su nueva obra, porque como ella misma dice, "para qué voy a estar yo ahí pintando si ya eso está pasado y vivido".

Al hablar sobre su forma de trabajar, la artista explica: "yo no me apuro y tengo que esperar que se den las cosas. Ahí (apuntando a su obra inconclusa) hay un problema. Está bien el fondo de los negros pero los amarillos están mal, se salen de madre los amarillos del centro. A esos hay que ponerlos más blanquitos, hacerlos participar de los lados. Ese cuadro está haciéndose, no está resuelto".

Su fuerte carácter y su sinceridad a la hora de decir lo que piensa, hace que resulte difícil acercarse a ella, pero es una característica que arrastra desde hace muchos años y con la que se siente cómoda. "De chica era una jodida. Lo que dice el resto no me ha importado nunca, jamás. Al contrario, basta que se me opongan para que me de la rabia más espantosa y les lleve la contra más espantosa", señala con una sonrisa.

Desde muy joven, Matilde Pérez comenzó una búsqueda que la llevó a interesarse en el arte y a rodearse de personas que pudieran aportar algo en su vida, agregando: "perdona la grosería, pero si son 'hueones' por ningún motivo me acerco siquiera. A mí me gusta seleccionar la gente con la que estoy", explica esta mujer que durante su vida se ha rodeado de artistas como Pablo Burchard, Laureano Guevara y Víctor Vasarely, aclarando, eso sí, que "para mí no hay maestros más grandes que otros".

Pero en está búsqueda Matilde Pérez partió sola y sin que nadie le diera un empujón. "Yo no tuve mamá y mi papá se casó cuando yo tenía 5 años. Ahí tuve madrastra, y esa señora era común y corriente, sin ninguna cultura especial. No recibí nada de ahí, nada. Me lo busqué yo solita. Le di vueltas y vueltas y revueltas a las cosas hasta que fui encontrando las puertas de salida. Hay que encontrarlas porque estás cruzando las entradas que se te cierran. Y ahí estoy, ni me quejo, ni puedo decir que me lo dieron o que no me lo dieron, pero que me las arreglé para buscarlas, sí", señala la principal exponente del arte cinético en Chile.

¿Qué significó para usted el Grupo Rectángulo?

No mucho. Ni mucho, ni poco. Para mí tuvo importancia en un momento determinado porque éramos todos tan jóvenes que no sabíamos ni para dónde pensar, ni qué hacer. Entonces, formar un grupo en que empezábamos a discutir ideas y a participar de cosas fue muy importante porque fue abrir compuertas para el conocimiento, no para el de ellos, sino que para cada uno de nosotros. Ahí es donde yo me fui metiendo y eligiendo más cosas, viendo que algunas no funcionaban y qué se yo, y ahí me fui haciendo mi propio camino. Cada uno tiene que hacerse su propio camino porque si no lo haces, vas a quedar repitiendo platos ajenos.

Pero, ¿qué la llevó del arte geométrico al cinético?

No ser tonta. Tonta significa no pensar nada y estar sentada creyendo que lo que hiciste está perfecto y no tienes más que hacer. Pero al arte cinético se llega muy de a poco. Desde luego, encontrar a las personas que te den las explicaciones adecuadas para que tú puedas entenderlo. Si no puedes entender lo que estás haciendo, no puedes hacerlo. Lo cinético significa movimiento, y se empieza por entender qué es un movimiento. Ahí vas a saber por qué te metiste a hacer arte cinético y es porque te gusta el movimiento o porque no te gustan los cuerpos quietos, estables y fijos.

Cuando recién comenzó a buscar su propio camino, acercándose al movimiento, ¿sabía que estaba entrando al arte cinético?

Sabía porque entré con el maestro Vasarely.

¿Pero antes de Vasarely?

No, cómo iba a saber que existía Vasarely si yo no era tan culta ni tampoco tan tonta como todas las tontitas que andan por todos lados. Cuando empecé en esto, ahí traté de conocerlo porque yo quería saber por las fuentes mismas en qué consistía. Y eso lo hice. Entonces, yo no estaba hablando por cercanía, estaba hablando por conocimiento. No puedes hablar por cercanía sino que por conocimiento.

¿Qué opina de los trabajos artísticos que logran movimiento gracias a un soporte digital?

No critico nunca lo que hagan otros siempre que no sean demasiado tontos para hacerlo, pero nle doy ninguna importancia.

Pero, ¿le parece atractiva esta nueva forma de hacer arte?

Si esto para mí no es nuevo, no hay nuevo en el mundo. Hablémoslo en otro lenguaje. Todas las cosas tienen derivaciones de otras y otras de otras y otras de otras, entonces, depende en qué rendijas te metes donde tienes la salida o la no salida.

"No hay término medio"

Matilde Pérez es considerada la principal exponente del arte cinético en Chile, y su trabajo en esta corriente también es reconocido a nivel internacional. Entre el 27 de marzo y el 20 de agosto del 2007, una de sus obras fue exhibida en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid, España, en la exposición "Lo(s) Cinético(s)", organizada por el curador Osbel Suárez.

En esa muestra, Matilde Pérez compartió espacio con artistas como Marcel Duchamp, Alexander Calder, Salvador Dalí, Víctor Vasarely, Felicidad Moreno, entre otros grandes exponentes del arte cinético. Curiosamente, mientras eso sucedía en Europa, en Chile una de sus obras realizada en 1982 y que recibió un premio del Círculo de Críticos de Arte el año de su creación, fue retirada desde el centro comercial Apumanque sin que aún se sepa su destino definitivo.

El director del Museo de Arte Contemporáneo, Francisco Brugnoli, inició las gestiones para trasladar la obra hasta las dependencias del MAC en cuanto supo que la administración de ese centro comercial estaba contemplando entregarla en comodato a una Casa de Estudios. Si bien le dieron a entender que le darían preferencia por ser un museo, lo cierto es que el panorama se ve complejo.

"Ellos primero quieren una compensación de seis millones de pesos por los costos de retiro. La idea es entregarlo en comodato y para eso se exige alguna condición de exhibición", señala Francisco Brugnoli, agregando que para ello "habría que hacer un muro en Quinta Normal y para realizarlo, hay una cantidad de trámites previos". Hasta el momento, según los datos que maneja el director del Museo de Arte Contemporáneo, los costos ascenderían a diez millones de pesos, y "desgraciadamente, nosotros no tenemos plata", concluye.

Pero en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, el interés que existe porque la obra de Matilde Pérez llegue hasta las dependencias del MAC, no radica sólo en el hecho de que la administración de este museo tiene los criterios necesarios para preservarla, sino que además, prima el hecho de que esta destacada artista nacional está, desde sus inicios, vinculada a la Universidad de Chile.

A pesar que a Matilde Pérez no le gusta hablar del pasado -"para mí lo que pasó, pasó, lo que dejé, dejé y lo que abandoné, abandoné"-, lo cierto es que sí ha estado vinculada a esa Casa de Estudios puesto que no sólo se formó en la Escuela de Bellas Artes e hizo clases en la misma, sino que además creó el Centro de Investigaciones Cinéticas en la Escuela de Diseño de la Universidad de Chile.

¿Recuerda cómo era de profesora?

Igual. Pero les exigía y los tonteaba duro y parejo para que dejaran la tontera a un lado. Es indispensable porque si no, creen que se la pueden y no se la pueden para nada. Para qué darles esperanza, mejor que sepan altiro que no y que se sitúen en otras posibilidades. Yo tomé una clase en la Alianza Francesa por un tiempo y ahí me di cuenta de la limitación espantosa de toda esa gente y me puse firme para que esa gente aterrizara y pensara y no hablara como estúpida repitiendo discos conocidos. Me volaba de rabia, me ponía frenética. Por lo menos, esas que estuvieron conmigo se despercudieron harto.

¿Cuando hacía clases en la Facultad de Artes pasó lo mismo?

No. La Universidad es eso, o te mandan a paseo por tonta o sales adelante. No hay término medio en la Universidad. Nadie está elegido, todo el mundo tiene que buscar su camino como pueda.

¿Extraña la docencia?

Nada. La hice con la mejor voluntad del mundo y cumplí con mi meta. Para qué me doy más vuelta en la lesera. Yo cumplí con una etapa, pero no es para estar la vida entera haciendo clases y repitiendo la misma lesera todo los años.

¿Hay algo más que la apasioné tanto como el arte?

Qué más que el arte. ¿Te parece poco? Lo abarca todo, es un mundo infinito. Ni siquiera puedes preguntar porque eso no tiene tope. Se entra, se parte y no se termina nunca. Uno está desarrollando etapas, problemas de uno frente a lo que sucede. Ahí estoy buscando y buscando. Y se tiene que encontrar y si no encontró se fregó no más. Pero si no encuentra nunca, quiere decir que está buscando mal porque no encuentra nunca tope.

¿Usted lo encontró?

Claro que encontré el medio para saber para dónde quería caminar. Si sé para dónde quiero caminar, qué más pido. Y lo encontré muy luego, claro que esas cosas no se descubren, se piensan. Los descubrimientos son casualidades y esto otro se piensa, se busca y se quiere.

¿Y usted ama lo que hace?

Claro y si no lo habría dejado hace años. A mí me gusta lo que hago y no me declaro enemiga, sino muy amiga de lo que hago.

La veo con tantas ganas de hacer cosas.

Y qué quieres, si no estoy muerta.

Dibujo inédito de Juan Florit



El poeta Juan Florit (1900-1981) tenía una gran afición por las artes visuales. Poseía una rica pinacoteca y él mismo dibujaba, sin pretensiones, pero con talento. Amigos cuentan que solía dejar una caricatura del mozo en los bares que frecuentaba. Por las características de los dibujos, hechos al pasar y abandonados por doquier, no se conservan muchos. Pero el poeta Alfonso Larrahona me hizo llegar un autorretrato que Juan Florit le regaló hace 30 años, una rareza que no alcanzó a ser incluida en el libro que reúne su obra completa ("Juan Florit Caudillo de los veleros", Cuarto Propio, 2006) y que ahora publico aquí.

Una lectura de "Teseo en el mar hacia Cartagena", de Marcelo Guajardo


La travesía de decir
("Teseo en el mar hacia Cartagena". Santiago, Ediciones del Temple, 2008)

por A.F.

Marcelo Guajardo (1978) acaba de reeditar con “dos tercios” de material inédito su libro “Teseo en el mar hacia Cartagena”. El autor de “El dolor de los enjambres” (Concepción, ediciones Etcétera, 2003. Premio V Concurso Nacional de Poesía "Dolores Pincheira Oyarzún" 2003, SECH Concepción) y de varias ediciones artesanales que recogen su prolífica obra en sus cuadernillos de Garage ediciones, ha recibido varios premios, ha sido antologado y ha ganado cierto prestigio entre los “jóvenes poetas” nacionales.

Su “Teseo en el mar hacia Cartagena”, nos llama la atención desde el título. ¿Por qué irá Teseo a Cartagena? El mar es un laberinto abierto, dice en un verso. Pero el libro es de gran complejidad, en tanto hace conexiones intertextuales de registros muy distintos, y puede ser abordado a partir de varios flancos. Mezcla de imaginación, alegoría y apropiación de recursos épicos, Guajardo nos lleva por rutas fantásticas en las que creemos que no siempre es necesario (o posible) entenderlo, sin que esto signifique que deje de significar. Sus palabras, al contrario, vibran cargadas de sentido, un sentido líquido, escurridizo, inagotable.

Cartagena, la vieja puta

El libro, básicamente, describe una travesía de Teseo y su tripulación hacia Cartagena. Esa es la trama, por decirlo burdamente. Ese es el escenario donde se despliegan las velas de cada poema. Pero a partir de esta básica linealidad, la obra nos remite a otros viajes, aventuras que no siempre llegan al mismo puerto. Supera las pretensiones y las posibilidades de este pequeño artículo dar cuenta de toda la complejidad del tejido y de todos los elementos que bordan esta condensada trama de sentido. Por ello evitaremos cuanto nos sea posible la mutilación de la obra con extractos y citas, pues creemos que debe ser leída y sopesada en su totalidad. Nos limitaremos a tocar algunos puntos, a hablar a partir de determinados cruces, y ver cómo dialogan dentro del libro ciertos rasgos estéticos modernos y posmodernos.

Cartagena no es un pueblo cualquiera en nuestra geografía. Tiene una carga histórica que el poeta conoce muy bien. El tránsito de ser un lugar propio de la aristocracia, donde fue a morir por más señas el poeta Vicente Huidobro, a ser un “balneario popular”, carga de sentido al lugar. No es una elección cualquiera. Teseo va a Cartagena. Y Cartagena “parece Sodoma relinchando de dolor, luego de la lluvia de fuego”. Ese es el título del segundo canto. Cartagena es vista como una vieja puta que se vendía por fichas a los “topos” que compraban su precario futuro día a día. Cartagena puta, podemos leer, sin una identidad definida, vendida “al mejor postor”. El lugar no es un lugar de arraigo; es un lugar de cambios históricos, que refleja las luchas de poder y las luchas sociales de la sociedad chilena. En un sentido histórico, y pensando en la homérica travesía del Teseo de Guajardo, podría decirse que es una Troya donde se escenifica la lucha de clases del siglo pasado, donde finalmente las clases populares emergen y se apropian de espacios antes inaccesibles.

Cartagena es la guarida del Minotauro. Teseo viaja hacia Cartagena a vencer al Minotauro. En el primer poema del libro vemos que Teseo no llega bien al final de su travesía: yace inconsciente en la arena. ¿A quién iba a salvar Teseo y fracasa? El valor de esta obra es que no tiene un sentido unívoco. Podríamos esbozar varias interpretaciones para la verdad que sugieren los versos.

Ni como lugar de arraigo ni como lugar de paso. Cartagena se erige aquí, como una Itaca o una Troya, como un lugar mítico. Pero ya vemos que es una apropiación de mitos universales para una realidad acotada, como la de nuestro país. Entonces la obra puede tener un sentido existencial universal, pero ciertamente también posee un vínculo directo con nuestro devenir histórico, con nuestra época. De manera algo caótica, apropiándose de una variedad de registros griegos, bíblicos e históricos, recreando y creando mitos, el poema configura una épica de nuestra época. Y esta historia transfigurada parece también estar vinculada a la historia reciente de nuestro país.

Con un epígrafe de una declaración de Pinochet, en el poema “Entonces, al llegar la noche, en el silencio, los verdugos los lanzaron al mar”, se vuelve explícito uno de los sentidos que también configuran la presencia del mar. ¿Por qué el viaje, por qué pasar por el mar? ¿No podría estar Teseo ya en Cartagena, recorriendo el laberinto? En este caso el mar tiene también una carga histórica. Los cuerpos de ejecutados políticos arrojados al mar aparecen en las visiones de Teseo, que en su viaje “pregonaba los viejos discursos” frente al olvido que lo cubría todo. Teseo había soñado con toros que lo acechaban, reminiscencias del Minotauro. Y podemos creer que este ser mitológico puede ser a la vez la memoria y el olvido de nuestra historia, que va liquidando al hombre. Un monstruo situado justamente en Cartagena, donde hoy veranea una clase que ya no tiene conciencia de sí. Cartagena como un lugar único, no intercambiable.

Interpretaciones precarias para visiones que son más delicadas y profundas que eso. Pero no podemos evitar pensar en ese camino. Y si Teseo, inesperado héroe para nuestra poesía joven actual, busca de alguna manera activar la memoria, y se embarca en una aventura en pos de un ideal, es una actitud que da cuenta de valores modernos. Sin ir más allá, Habermas define lo “moderno” como la expresión de una “conciencia de una época que se relaciona con el pasado, la antigüedad, a fin de considerarse a sí misma como el resultado de una transición de lo antiguo a lo nuevo” . Ya hemos visto varios elementos modernos: la apropiación y mitificación de un lugar, la presencia de un héroe, el vínculo con la tradición, la presencia de la memoria.

Nuevos mitos

En su obra, Guajardo habla desde el mito. Permanentemente, y aunque se hagan guiños a situaciones históricas, Guajardo penetra en el arte y en la vida a través del mito. Ya hemos visto la apropiación y la resignificación de Cartagena como lugar mitológico. Pero Cartagena es nada más que el destino. El viaje está plagado de elementos mágicos, personajes y criaturas creadas o resignificadas, que van apareciendo en medio del lenguaje sobrio y con ciertos toques arcaizantes (sobre todo en los títulos) de la voz que nos lleva y nos trae por las olas.

Tuvimos ocasión de preguntarle al autor por los leongallos, temibles criaturas de alta mar que aparecen de cuando en cuando en la travesía. ¿Son citas o invención? “Son míos, algún día tengo que dibujar uno”, responde. Recuerdan a los cíclopes y los lestrigones que amenazaban a Odiseo, y la cita no es casual: esta aventura puede ser a su vez en parte un viaje a Itaca (una de las resonancias que asociamos a Cartagena en el poema) de Teseo en tanto resurgimiento de la memoria y del origen. Cuerpos, cadáveres de indios sumergidos salen al encuentro del héroe, cuerpos que nos remiten al Canto General de Neruda, y también piratas, que esperaban “flotando por años” el barco de Teseo, “frente a los castillos de aire de toda una generación”. Sin caer en la tentación de citar y citar versos, esta frase nos parece especialmente reveladora de la épica del poema. Estos “castillos de aire” revelan cierto desarraigo, cierta amnesia que Teseo viene a conjurar.

Todo esto, en el marco de un viaje mítico que termina con el fracaso del héroe, y con elementos simbólicos cuyo sentido no siempre logramos descifrar. La sal, las bestias, los caracoles, son imágenes recurrentes. Los caracoles acuden al llamado, al gemido del héroe que pregonaba los viejos discursos, y lo acompañan en el viaje. Caracoles que brotan del fondo del mar, hipocampos, buitres, leongallos, van configurando el mundo mítico del héroe. ¿La muerte de Teseo es el fracaso de la misión? “Soñamos con Cartagena y ella no estaba para nosotros” son las últimas palabras del héroe, antes de que arda su barco sobre el mar.

La obra de Guajardo tiene una especial preocupación esteticista que a veces desdeña los significados y las configuraciones de sentido. Pero a ratos logramos entrever visiones de mundo muy particulares. Una de ellas es la visión religiosa. ¿Teseo podría ser Cristo? Esta asociación puede parecer descabellada y gratuita, pero no lo es tanto. Advertimos que la fe es necesaria y hace posible la aventura, la épica. En su travesía vemos que Cartagena, el destino de Teseo, “parece Sodoma relinchando de dolor”, lo que nos remite a la idea de el héroe redentor. En este poemario palpita una búsqueda de justicia, de redimir a los caídos, a los muertos en el mar, a los “olvidados que habían gemido de dolor”.

Estética híbrida

El espíritu moderno de embarcarse en una aventura en pos de un ideal, aunque éste no esté demasiado explicitado; las citas a importantes pilares que configuran la cultura occidental; la mitificación de un lugar; la presencia del metarrelato de la memoria colectiva; la presencia de un héroe, entre otros rasgos, van situando la obra de Guajardo dentro de una concepción de mundo moderna. Pero hay que tener cuidado: aunque tiene rasgos modernos, éstos están contenidos en una estructura mayor que conlleva una mirada lúdica sobre estas concepciones. Pese a que no hay sarcasmo en la propuesta del poeta, ciertamente hay algo de parodia en su épica. Se apropia de esas formas introduciendo a su vez una mirada desacralizadora sobre la misma cultura que cita.

Martín Hopenhayn, en su texto “Ni apocalípticos ni integrados”, da una definición casi al pasar de posmodernismo, que puede aclarar nuestra hipótesis: “Convivencia de tiempos históricos distintos y cruce de lenguajes heterogéneos” . Ciertamente esta definición es demasiado estrecha, y el autor tampoco la instala como definición última; pero los rasgos descritos en ella abordan precisamente las características de la estética posmoderna presentes en la obra de Guajardo.

A la hora de hablar de hibridez, adquiere aún mayor significación la elección de Cartagena como lugar mítico. Aquí no hay sólo un juego intertextual de resignificación de un mito o una obra dadas. Aquí hay un traer a la “alta cultura” a Cartagena. Tan simple y tan complejo como eso. Cartagena en sí misma representa la apropiación de la cultura popular de un espacio aristocrático; en el poema, asimismo, Teseo tiene que adentrarse en el mar hacia el popular balneario. También en el lenguaje se diluyen las fronteras entre habla culta y habla vulgar, y conviven pasajes de lírica belleza con otros de poca depuración. Especialmente acertado es el agregado "Puerto Nuevo", que no estaba en la edición original, donde escuchamos al Minotauro decir: "Sobre esta playa construiré una ciudad/ un fuerte para mis adversarios / un labrinto para mi prole". Desde su sutileza, entonces, Guajardo vincula estos elementos tradicionales de la cultura occidental con nuestra cultura popular escenificada en Cartagena (“donde Felicinda se extiende negra y sucia, sus hijos se bañan en calzoncillos en oleajes de excremento”).

Los cruces lingüísticos y temporales atraviesan buena parte de la obra. Particularmente heterogéneos son los epígrafes de algunos poemas, que dan la palabra a autores como Proust y Melville, y por otra parte también al bíblico Mateo y al mismísimo Pinochet. Asimismo se cruza la historia de Cartagena con nuestra historia política reciente y la historia de la cultura occidental, representada en las citas a travesías homéricas y a las reminiscencias cristianas. Todo ello configura un mosaico único, que cruzando varias temporalidades logra hablar de este tiempo y seguramente logrará hablar también por tiempos venideros.

A pesar de los elementos paródicos que puede tener la obra, creemos que no es un mero juego desdramatizado. Prevalece en la obra una épica propia, fantástica, en que habita una buena dosis de fantasía, historia y verdad poética.

Un poema de Iván Herrera: Pitufina y Tontín

(Incluido en "Noval. Cuadernillo de una cigarra", ediciones Rocanrol, 2004. Lo publico aquí con el permiso de la amistad y del viento. Él mismo lo dijo: "Registro de Propiedad Intelectual: pregúntale al viento")


Pitufina recolectaba flores.
Tontín coleccionaba piedras.
Pitufina deseaba beber cerveza, reír y charlar.
Tontín quería beber, beber y beber, embriagarse hasta perder la razón, vomitar el sin sentido, abandonar el pudor.

Pitufina deseaba fumar marihuana, relajarse,
mejorar el sentido del humor.

Tontín quería fumar, fumar y fumar, verse desde afuera, descubrir los portales regados, gotas insuficientes para enverdecer la sequedad, gotas en las que Narciso se encuentra defectos,
se cuestiona su amor y se enamora de su cuestionamiento.

Pitufina quería una mansión en Beverly Hills, codearse con las estrellas de Hollywood, un jaccuzzi con afroamericanos bien dotados untando su cuerpo con lociones de eterna juventud; una limosina, helados diet, hospedarse en los mejores hoteles de cada ciudad.

Tontín quería un lugar apartado donde aún hubieran árboles con hormigas, y los pájaros llegaran a cantar sin miedo, quería un rayo de sol a las 10:30 a.m., un pan duro al mediodía y vino por la noche, caminar por los suburbios de las constelaciones.

Pitufina quería reencarnar en un hermoso corcel negro, que perteneciera a la familia real.

Tontín quería reencarnar en un quiltro y ayudar a subsistir a unas cuantas garrapatas, servir de compañía a un vagabundo.

Pitufina hablaba de la moda y del vacío interior, era hermosa y simpática.

Tontín raramenente hablaba, sobre el pulso de las piedras o los granos de polvo que viajan desde Madagascar a los ojos de los niños en Saturno, sobre las casas de papel que en vez de miel tenían ron por dentro y poesía por fuera. Era aburrido, ofendía a la vista y al olfato.

Pitufina lo amaba de verdad, estaba segura de eso, creía firmemente en ello, pero siempre se encargó de disimularlo muy bien, y cuando el alcohol la liberaba, no sabía expresarse.

Tontín a cada rato se le declaraba, pero nunca creyó demasiado en sus palabras, -nunca creyó-, no creía en la incredulidad, -no creía-, desconfiaba de las creencias, hijas de su razón perturbada, encerrada en una casa que se caía a pedazos.

Pitufina fue llevada en andas por cuatro ángeles al Cielo.
Tontín fue tramitado 126 años en el Purgatorio, y enviado de vuelta a la Tierra.

Comentario al libro "Los cuentos de Paula y Carolina", de Miguel Ruiz


Donde - todo - lo- hermoso - es - posible


Quiero comentar un libro de cuentos infantiles. Se trata de “Los Cuentos de Paula y Carolina” (Platero, 1997), obra del poeta y profesor de castellano José Miguel Ruiz (1956).

Este pequeño e inencontrable libro, que desearíamos pudiera reeditarse, está escrito para las hijas del autor (Paula y Carolina), y es la transcripción de algunas de las historias que "Papá Malel", como lo llaman las niñas, les contó antes que se durmieran, muchas noches de su infancia.

El conjunto fue concebido en la intimidad como un regalo para las niñas, y como regalo está hecho con todo el cariño y la libertad de un padre al que sólo le importa revolotear silenciosamente en torno a la huidiza belleza.

Hay mucho de nostalgia en estos viajes hacia el país "donde-todo-lo-hermoso-es-posible", mucho de reencuentro. También es un regalo para el propio autor. En el epílogo, una carta emotiva y sencilla a sus hijas, que no está escrita para ese entonces (cuando aun las niñas no sabían leer) sino para el futuro, el poeta les dice: "Papá Malel, como ustedes me llaman, ya que aún no pronuncian mi nombre, ama los mundos de estos cuentos y debe vivir casi siempre fuera de ellos". Quiere para sus hijas un papá "más normal", y para ello debe ser un "hombre serio", capaz de "abandonar, cuando aún es tiempo, la tentación de ir a vivir al País-de-la-Infancia o al País-de-la-Poesía, que quizás son lo mismo". Pero quiere que lo sepan: "lo mejor que hay en mí, está un poco de espaldas al mundo que casi todos, y buenamente, consideran el real".

En el volumen, los cuentos están entrelazados. La voz de Papá Malel le da a las historias continuidad y cercanía. Son ficciones que, sin embargo, se pasean por la realidad, todo en clave poética: "¿Te gustó el cuento, Palomita..., quiero decir, Paulita mía? ¿Y tú, Carolita, quieres saber quien es doña Momo? Ya te contaré de ella... La conocí hace tiempo: era una mujer como la más hermosa de las hadas del más hermoso de los jardines (...) Papito Malel era entonces, cuando la conoció, un adolescente tímido y soñador, y ella lo recibió como a un hijo para mostrarle el País-de-la-Reina-de-las-Flores...". Así termina uno de los catorce pequeños cuentos, evocando a la protectora de los artistas de Lo Gallardo, Inés Balmaceda del Río, doña Momo, que recibió en su casa en los años 70 a numerosos artistas y escritores, que compartían en mágica cofradía. Entre ellos, el joven Miguel Ruiz.

El autor une a la fantasía, entonces, recuerdos y ricas evocaciones culturales de la época en que, quizás, podía vivir más tiempo en el País-de-la-Infancia. No sólo llama a gnomos y hadas a dar vida a sus mundos, también participan personajes como el poeta Eduardo Molina Ventura ("Coloradito Molinón"), de quien hace un gracioso y amable retrato, o su ya mencionada y querida Inés Balmaceda del Río, la "Momo", dueña de la casa en que vivieron inolvidables encuentros junto al mismo Eduardo Molina, Roberto Humeres (sabio artista, maestro de Ruiz), Luis Oyarzún y otros poetas y artistas como Hugo Marín. Aquellas experiencias -ha prometido- las relatará un día en el libro "Florecen las lilas en el jardín de la Momo", si es que puede escapar de sus deberes de "hombre serio" el tiempo suficiente.

Cabe recordar que Ruiz editó el único volumen que reúne la escasa obra póstuma del poeta Eduardo Molina Ventura, en un libro titulado por la editorial Platero “Eduardo Molina Ventura. Un poeta mítico”, y por el autor: “Del otro lado del espejo”, imagen que obsesionaba a Molina en sus visiones poéticas. Ruiz se dio a la increíblemente difícil tarea de descifrar los cuadernos que heredó del poeta, regalándonos una obra relevante para la historia literaria chilena. Esperamos que publique pronto otras, en que vibre su valiosa poesía, acumulada por años, celosamente, en secretos desvanes.

Pero el poeta ha publicado ya un libro bello. El cuento del "pequeño caracol que no tenía cachitos para sacar al sol", el "de la Polillita que cuidaba a su papá cuando éste estaba enfermo quizás de puro regalón", o el "cuento del elefantito de marfil que se aburrió de estar quieto en el escritorio y salió a pasear", son destellos poéticos escritos en un tono íntimo, lúdico y profundo. Ilustrado bellamente por Diego Artigas, quien fuera alumno de Ruiz en el colegio San Agustín, al igual que quien escribe, este libro lleno de ternura, amor y fantasía, es atípico en su género, quizás porque simplemente no pertenece tanto al País-de-los-cuentos-infantiles como pertenece, sin la gravedad del verso, al País-de-la-Poesía.

(Nota de A.F. Publicada alguna vez, ya no recuerdo dónde. Ahora, corregida, aquí).

In memoriam José Miguel Vicuña (1920-2007). Una crónica póstuma, escrita dos años antes de su muerte.



Breve cita con un hombre de fuego

(22 de octubre de 2005)

por A.F.

“Una casa con hartos árboles” me había dicho. Llegué al lugar indicado: efectivamente había frondosos árboles, en un patio lleno de malezas, un no sé qué de tiempo detenido, serenamente antiguo. Un hombre mayor se asoma. “¿Si? ¿Qué desea? ¿Para qué lo quiere? ¿Viene a vender algo o es poeta?”. Luego supe que era su hijo. Me hizo pasar al living. Dentro, una luz mortecina, muebles viejos, el ventanal hacia un patio interior que parecía extenso. Se respiran los años. La casa, sin embargo, ya está vendida a una empresa constructora, al igual que las de sus vecinos. “Siéntese y espere, lo voy a buscar”. Había un silencio de tiempo detenido. Momentos después apareció el poeta. Una larga barba blanca, largas cejas grises, ojos oscuros, amable, se sienta a mi lado y comienza la plática.

Su nombre es José Miguel Vicuña. Fui a verlo porque supe que conoció a mi tío abuelo, de quien estoy escribiendo algo. Tiene 85 años, que conserva totalmente lúcido y entusiasta al hablar de poesía. Su señora, la poetisa Eliana Navarro, en ese momento estaba en cama, no muy bien de salud. “Parece que a ella le ha afectado más el paso del tiempo”, me dice, melancólico. Hace 50 años fundó, junto a Carlos René Correa, el “Grupo Fuego de la Poesía”: “La idea fue mía. Convencí a Carlos René, que quería hacer una cooperativa de poetas, para publicar libros. Pero esas cosas no funcionan, los dos primeros publican y los demás sólo pierden plata –dice riendo. Le propuse que hiciéramos algo distinto”. Quiso formar un grupo de poetas que se reuniera una vez al mes a almorzar y compartir, conversar de poesía, de la vida. Inicialmente había cerca de 30 poetas. Las primeras reuniones fueron en el Círculo de Periodistas. Luego el Grupo se fue extendiendo, renovando. “En esa reunión inicial no estaba tu tío abuelo, pero llegó pronto”, me dice. Juan Florit, el personaje en cuestión, perteneció a cuanta organización poética existiera. Me dice que era muy simpático, pero que no cultivaron una relación profunda. “Me invitó varias veces a su casa, pero nunca pude ir. Yo vivía en La Florida, él en la Gran Avenida. Había bastante diálogo, pero no fue una amistad mayor”.

Por el Grupo Fuego han pasado muchos poetas. Aún se reúnen a almorzar una vez al mes, me cuenta, mientras toma su café. Siempre hay cerca de 30, 40 personas. Ha estado presente alguna vez Gerardo Diego, y otros extranjeros que han andado de visita en Chile. Tienen un sello editorial que funciona en la práctica como autoedición: el autor tiene que financiar su obra, recurriendo –como es clásico- a la venta anticipada de ejemplares a sus amigos. “Hemos sacado cerca de 150 libros, pocos para los años que llevamos. Deberíamos haber sacado 500”.

Don José Miguel es un hombre que ríe. Ríe al recordar anécdotas, al expresar sus pensamientos. Arde con la poesía, su compañera de toda la vida, con la que lleva casi tantos años como con su esposa Eliana, con quien se casó muy joven. Antes de irme, me regala su libro “Elemento y Súplica”, que lleva también el sello del Grupo Fuego (2000), y me cuenta que tiene un libro terminado, que está en manos del editor. Pero no sabe cuándo va a aparecer, pues se requiere algo de plata que no tiene. “Entiendo que este sería el último, porque ya estoy demasiado viejo”, dice risueño. En realidad parece de una edad indeterminada, como un viejo personaje de novela. De todas formas, como dice en “Testamento”: “No importa, pues, que caiga /este telón de tierra, /cuando otras primaveras /insinúan su andar”.

Una traducción inédita de Goethe

Para un número de la legendaria revista "Sobrehumanos" que hicimos hace algunos años en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, el psiquiatra y traductor Otto Dörr, quien ha publicado dos excelentes traducciones de R. M. Rilke, tuvo la gentileza de entregarnos una traducción inédita de un poema de Goethe, que quiero rescatar y publicar nuevamente aquí.

FELIZ ANHELO

No lo digáis a nadie, sino a los sabios,
porque la masa en seguida se burla
y yo quiero alabar eso viviente
que anhela la muerte en las llamas.

En el frío de las noches de amor
que te engendró allí donde engendraste,
te invade una extraña sensación
cuando alumbra la vela tranquila.

Ya no permaneces abrazada
en las tinieblas de la oscuridad
y un nuevo deseo te impulsa
hacia una más elevada unión.

Ninguna distancia te complica;
llegas volando, desterrada
y al final, ávida de luz,
tú ardes, mariposa.

Y mientras no puedas tener esa luz,
esto: ¡muere y llega a ser!
Tú eres sólo un triste huésped
sobre la tierra oscura

¡Y si aun así surgen cañaverales
para dulcificar los mundos!
¡Que pueda, entonces, lo hermoso
fluir de mi pluma!

JOHANN WOLFGANG VON GOETHE
(Traducción de OTTO DÖRR ZEGERS)

Comentario al libro "Higiene", de Ernesto González


Reparo y no adorno
(Higiene, Ernesto González Barnert. Ediciones del Temple, Santiago, 2008)


“Unta este pan duro /en tu vino de ordinario y róelo /figurándote otra friturilla u snack”. Así comienza “Higiene”, de Ernesto González Barnert. Es una verdadera advertencia al lector: lo que viene es un terreno pedregoso y sin lugar para la placidez, vas a meter los ojos en el barro y tienes que soportarlo como puedas. El poeta no le hace fáciles las cosas al que se acerca a sus versos: exige, interpela al lector desde un lugar a la intemperie que es preciso habitar: “Tú que propicias atender mis ejercicios con desdén / ¿Sabrías esquivar las plagas, la rueda de la fortuna, / la traición de la belleza?”.

Con resonancias clásicas y una preocupación formal que decanta en un estilo sentenciosamente áspero, conciso, a veces tosco, a veces brillante, el poeta nos introduce a un mundo que es su oficio, que es la elección radical de seguir un destino: “He sido un avestruz para los que me aman /-metiendo la cabeza en la tinta-.”. La Higiene de Ernesto González es no claudicar, estar limpio del sarcasmo fácil, de la pose estéril, de la poesía que no implique poner todo su ser en cada línea, con vocación de salmón que no transa ante la corriente. Todo ello, consciente de lo difícil que es encontrar el esquivo oro de la poesía: “Yerros enreda mi anzuelo /si cazo / deportivamente o para comer”.

Iluminación y ejercicio, necesidad y constancia, lecturas y encierro son la ética del poeta que se enfrenta al papel perfectamente blanco, para intentar una y otra vez dar con una respuesta o una puerta: “No desiste, porque no, porque no desiste /y vuelve sobre la hoja”. Esta entrega traspasa la anécdota literaria: no es sólo “poesía para poetas”, como podría alguien suponer, sino que es una posición frente al mundo, un dar-la-vida-por-algo, un no renunciar aunque ello implique sufrir, aunque nadie escuche, en un mundo transido por una posmodernidad a la que le sobra todo ideal, todo sacrificio.

“Quizás este tono menor sea el destino implacable /de unos versos. /No diré poesía por temor a que no la haya”. En muchos versos sí la hay, madura y profunda como la que puede brotar de los abismos de la angustia existencial, de un cara a cara con el tiempo, con los límites, con el páramo. En otros, el ejercicio se queda corto y no llega a tocar la poesía, ya sea por falta de profundidad o por limitaciones formales. Pero será tarea de otros hacer una exégesis más acabada de este libro, ejemplo de trabajo arduo y de tallado paciente y artesanal. Como Beckett, González persiste cada vez en “fracasar mejor” y encontrar el mapa en el camino. La suma de estos poemas configuran una voz distinguible, una voz que machaca con su insistencia, con su tozudez, con su irrenunciable y estremecedora elección de vida. Un chillido, como el del loro del muladar, “que ha de ser reparo y no adorno”.

(Nota de A.F. Publicada originalmente en el sitio letras.s5.com)