martes, 30 de junio de 2009

Y si fueras tú también marchando

(raso, de Carlos Cardani Parra. Santiago, Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2009)


Por A.F.


Qué puedo decir sobre este libro, sobre este autor que a pesar de su juventud sentíamos la urgencia de que dejara de ser inédito: es uno de aquellos que logran elocuencia y riqueza poética a partir de la observación austera y exacta, certera y vital de la cotidianidad, sea donde sea que el que habla se encuentre. Una poesía que es política porque mira su entorno desde una posición y no porque nos arroja una arenga.

Esto sólo se puede celebrar: me cuesta acometer la tarea de glosarlo. Ya lo hizo de alguna manera Juan Pablo Pereira en su agudo prólogo, donde distingue muy bien, por ejemplo, las diferencias entre la poesía de Carlos Cardani (Santiago, 1985) y la de Bruno Vidal, a quien naturalmente se puede asociar este libro por el estilo claro y por los motivos marciales que leemos en raso, escrito a partir de la experiencia del autor durante unos meses en el servicio militar.

Pero lo que en Vidal es, para bien o para mal, gesto e impostación, en Cardani es nada más que una torción de la perspectiva cotidiana, extrañeza y develamiento: un mirar desde otro lado –desde su lado– lo mismo que podríamos ver todos. O un decir lo que, como colectivo, teníamos en la punta de la lengua. Y decirlo, en este caso, con un lenguaje tan claro como una orden o una súplica, donde no cabe retórica ni impostación.

raso tiene hilos narrativos pero vale por cada una de sus partes, pues en ellas no anida la jerga ni la última moda académica. Son poemas, o quizás un poema de varios episodios, ya que hay un sólo punto en todo el libro: el punto final del último texto. ¿Y de qué hablan? De lo que podría vivir y sufrir cualquiera en cualquier latitud: los límites de la libertad, el sinsentido cotidiano que aquí se viste de capitanes y comandantes, o de odios a quienes ni siquiera conocemos. De la crueldad, la amistad, las ficciones que nos gobiernan y de la fuerza bruta que siempre está ahí, latente, esperando ser solicitada. Es conciso, claro y a la vez cargado, denso en sus significados. Este raso nos va mostrando de forma exacta lo que oye y lo que ve, en torno “a la vida civil que se trunca, a la disciplina marcial que comienza”.

Celebro esta edición de Balmaceda Arte Joven, impulsada por Rodrigo Hidalgo y bellamente ilustrada por Melba San Martín. La celebro porque este libro es necesario, en el sentido de que, por así decirlo, alguien tenía que escribirlo. Y donde tantos otros dan palos de ciego, Carlos Cardani ha dado con el palo en el centro de la piñata.

(nota publicada en letras.s5.com)

lunes, 8 de junio de 2009

Al margen del cuerpo, al margen del dolor

(El margen del cuerpo, Florencia Smiths, Ed. Fuga, 2008)

Por A.F.

El margen del cuerpo, ópera prima de Florencia Smiths (San Antonio, 1976) es un texto poético -escrito principalmente en prosa- que en lo personal me mantuvo en una suerte de umbral previo al poema, que se adivina pero que siempre está más allá y que no logramos alcanzar. Hay una conciencia lírica y delicada del oficio, de la búsqueda ciega de palabras que logren nombrar el dolor. Hay un paladear los recursos gramaticales, bordear el silencio y hablar desde el margen. “Estaba el mundo real escrito, distribuido en mal papel, anclado a nombres fugados”. O “porque si tan sólo le enseñasen a hablar de nuevo. A mirar. A tocar”.

El conjunto mantiene una inteligente coherencia interna y un tono contenido, como si hablara después de haber agotado ya las lágrimas (indecibles) que son el prefacio no visible de estos (o este) poema. Cuando la hemorragia cesó, la poesía de Smiths es un cigarrillo en una pieza sola con la ventana abierta. O algo así. Una bocanada. Un envoltorio. “Pues era necesario despedirse, separarse y optar sólo por el envoltorio de la palabra (…) optar por esos soportes que no se ven , que no se escriben, acaso lo que nunca se dice”.

Es una suerte de negación de lo elegíaco, un canto funerario que no se puede cantar, no sólo porque el dolor sea indecible, sino porque la hablante quiere aprender a cantar, estudiar solfeo, paladear las notas. La tercera persona acentúa esa distancia respecto de la emoción más visceral, remarca la mudez en que la sume el dolor. “La muerte le pide palabras, ella se abre al contorno y le muestra el margen, como si pudiera representar la misma escena del crimen en su espacio de carne”.

Florencia Smiths, frente al desgarro vital, en este conjunto prefiere esconder la llaga haciendo poesía del “envoltorio”, de las palabras que no pueden dar cuenta de ese desgarro. Queda la sensación de que se cuida en demasía de los lugares comunes y de las trampas y vicios del lenguaje, que de tan gastado ya no dice (lo que a estas alturas también es un lugar común); o al menos prefiere hacer poesía de esa sospecha: “está y permanece allí: la estafa”. Así, me parece que el libro tiene pasajes intensos y en lo formal muy bien logrados, dentro de esta contención lírica que resuelve con buen oficio; aunque, eso sí, al margen del dolor.


(Publicado en la revista Asado de Costilla, http://asadodecostilla.blogspot.com/)

El verbo encendido de Gustavo Ossorio

(“Gustavo Ossorio. Obra Completa”, editado por Javier Abarca y Juan Manuel Silva.Santiago, Beuvedráis, 2009)

Por A.F.

La honda poesía de Gustavo Ossorio (1911-1949) ha dejado al fin de ser patrimonio exclusivo de coleccionistas de primeras ediciones: esto, gracias al paciente trabajo de Javier Abarca, en colaboración con Juan Manuel Silva, quienes acaban de editar “Gustavo Ossorio. Obra Completa” (Beuvedráis editores, 2009, 331 p.), volumen financiado por el Fondo del Libro que reúne toda la obra poética del autor, tanto édita como inédita, además de valioso material referencial -artículos de prensa, cartas, facsimilares- y un conjunto de obras de una veta menos conocida del escritor: la de acuarelista. En el libro se reproducen siete acuarelas de Ossorio a todo color, lo que lo sitúa junto a otros poetas chilenos que han tenido interesantes incursiones plásticas, como Enrique Lihn, Andrés Sabella, entre otros.

Es decir, a 60 años de su muerte, podemos afirmar que Ossorio regresa con una edición de lujo: un exhaustivo trabajo de recopilación e investigación que me tocó ver de cerca, desde hace ya varios años, cuando mi amigo Javier Abarca comenzó poco a poco a conseguir los libros, transcribir los textos, reflexionar sobre la obra de Ossorio y a encontrar nuevas “reliquias” (inéditos, cartas), gracias a la ejemplar disposición y confianza de los familiares del poeta, que en un caso poco usual, conservaron una gran cantidad de papeles que Ossorio dejara al morir, material que pusieron en sus manos y que ahora podemos leer facsimilarmente en este nuevo libro.

Gustavo Ossorio publicó sólo dos poemarios en vida (“Presencia y memoria”, 1941; “Sentido sombrío”, 1948) y póstumamente se editó un tercero, “Contacto Terrestre” (1964). Sus contemporáneos apreciaron el mérito de su poesía: desde Rosamel del Valle y Humberto Díaz-Casanueva (que prologaron sus dos primeros libros y fueron también bastante cercanos a él en términos poéticos) hasta Eduardo Anguita, Ricardo Latcham y el mismo Gonzalo Rojas, todos lectores exigentes. Pero no hace falta hacerlos hablar a ellos: Ossorio era bastante lúcido respecto de su propio oficio y alguna vez lo definió así:

“La poesía no es para mí el anecdotario rimado ni el romance, ni nada que emita destellos ni signifique una decoración amable ni una música sensual. Ella es para mí el verbo encendido que, con tremenda voz, clama por el lugar justo del hombre entre sus semejantes, y es el vestido mágico para aparecer y desaparecer a voluntad; y el don de salirse de uno mismo o de entrar en uno como un ojo encendido, para visitar la sima profunda”.

La obra de Gustavo Ossorio, recuperada y ampliada con numerosas páginas inéditas, es una buena noticia en estos tiempos en que predominan los facilismos estentóreos, la arenga, el prosaísmo y las formas descuidadas. ¿Será por eso que vamos a bucear al pasado en busca de los buenos poetas “olvidados”? A las ediciones similares de Teófilo Cid, Jorge Cáceres, Romeo Murga, Juan Florit, Winett de Rokha y Rosamel del Valle, se suma ahora Gustavo Ossorio: los poetas muertos siguen ganando el partido.


(Publicado en Letras.s5.com)