Olvidé todo lo que quería decir. Todo es tan predecible y tan inesperado. La palabra todo, que incompleta y fatua. La palabra palabra, como rima con abracadabra. Abrapalabra, y de los signos brotan sentidos como conejos del sombrero del mago. Hoy conversé con las cucarachas y los caracoles. Jugamos naipes en la oscuridad.
Paula, una hija de Cortázar, me dice:
“Cuanto mejor es el libro que leo, más me repugna”.
El sol nos somete a la luz.
Pero siempre hay un sótano o un adentro.
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“El sonido es la sombra del silencio” escribió un amigo. “Gusanos de luz las palabras de los otros”, o algo parecido, dijo alguna vez otro poeta.
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Espero la micro pero la dejo pasar. Es domingo en la tarde, hay poca gente en las calles, estoy absorto en cosas mínimas y disfruto de la maravillosa lentitud del día. Ahora tengo ganas de caminar y tararear algo de Spinetta.
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Todo es tan redundante como una lámpara encendida a mediodía en pleno verano.
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Ahora llueve y oigo el motor de una vieja citroneta azul, que atraviesa lenta una calle cualquiera. Así quisiera atravesar la ciudad. O mejor aún en una carreta tirada por caballos viejos que gusten de contar historias.
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Pero aquí no hay carretas ni caballos con historias. Repentino silencio.
A.F.C.