viernes, 7 de noviembre de 2008

Guillermo Machuca: "La gente no tolera la violencia de lo que no entiende"


"Alas de Plomo. Ensayos sobre arte y violencia" es el tercer libro que Guillermo Machuca ha publicado hasta la fecha. Precedido por la curatoría de "Juegos de Guerra" -exposición exhibida en la librería Metales Pesados-, en este texto aborda la compleja relación que históricamente ha existido entre el arte y la violencia.

Texto y fotos: Isis Díaz López


"Lo que quiero es desaparecer, dejar de hacer curatorías para exposiciones, textos de catálogos, no participar más en mesas redondas y conferencias, y hacer un libro por año hasta cumplir los 50. De ahí me suicido", dice entre fuertes carcajadas este docente, ensayista y hacedor de curatorías con el humor negro y el sarcasmo que tanto lo caracterizan. No tiene pelos en la lengua para decir que le hubiese encantado nacer rico para no trabajar y que la sensibilidad que desde niño ha tenido por las manifestaciones estéticas no sabe de dónde viene. "De niño pinté y dibujé, y me gusta la cultura y el cine. Pero me gustaría no hacer nada. Entonces, cuando no hago clases en la universidad, escribo. Y las curatorías las hago cuando las encargan. Soy un profesional que vive del trabajo intelectual", sentencia.

Fue justamente la curatoría que hizo para "Juegos de Guerra", exposición que se presentó en la librería Metales Pesados el año 2007 y en la que reunió obras de los artistas Gonzalo Díaz, Juan Pablo Langlois, Patrick Hamilton, Eugenio Téllez, Claudio Correa y Andrea Goic, lo que motivó la escritura de una serie de ensayos que se tradujeron en "Alas de Plomo. Ensayos sobre arte y violencia".

El libro fue financiado tras obtener un FONDART -de allí su valor, 4 mil pesos-, luego de que Sergio Parra, dueño de esa librería, le dijera a Guillermo Machuca que no quería un catálogo. "Acordamos inaugurar una serie especial que se llama 'Cuadernos de Movilización', de pequeño formato pero sin ser de bolsillo, y se podría decir que usamos la exposición como un pretexto para abordar en el libro temas derivados de arte y violencia que, a su vez, se reflejaran en las obras. Después escribí para cada obra un artículo donde puse en escena esos conceptos, formando un todo coherente".

¿Por qué arte y violencia?

Porque me parece interesante un tema de esta naturaleza, que es épico y grandilocuente. Los temas ligados a la guerra, la violencia y lo bélico son complejos y límites, y más que inquietantes, son temas riesgosos de abordar en términos formales y temáticos. Hay ciertas teorías, como parte de la feminista, por ejemplo, que proponen no abordarlos, prefiriendo hacer callar las imágenes, como decía irónicamente Ticio Escobar, para que no se produzca un proceso inverso, peligroso y nocivo que sería el placer desligado de la guerra.

¿El morbo?

Más que eso. En mi opinión, no se puede separar de los temas de la violencia y la guerra, el dolor y el placer, y eventualmente podría fomentarse un placer estético respecto de estos temas. Pero me interesó porque es un tema decisivo de la historia del arte y de la cultura desde la prehistoria. Además, es un tema declamativo y épico poco desarrollado en Chile que se podía exponer en un espacio mínimo y reducido como el acotado por la librería "Metales Pesados". Era interesante trabajar esa contradicción.

En "Remeciendo al Papa", su libro anterior, también habla de arte y violencia. En ese sentido, ¿qué es lo que lo atrae, fundamentalmente, de la crudeza que puede existir en un discurso estético?

El morbo.

¿Las feministas tienen razón?

Bueno, la sensibilidad femenina está poco desarrollada frente al tema de la violencia porque creo que falta sentido del humor -me refiero al humor negro- que se relaciona con la crueldad. Esa es una cuestión determinada culturalmente. Quiero aclarar que sí existen mujeres a las que les interesa el tema de la violencia porque esto no es una cuestión que separe los géneros, es una determinación cultural. La guerra es asunto de hombres desde el origen de los tiempos, pero también hay violencia a nivel de razas y de género, y para mí, la cultura surge en virtud de esas fuerzas que se expresan y ofrecen resistencia. A mí me interesa cómo se mide ese choque. Y eso también ocurre a nivel geográfico, racial, político, económico.

El análisis teórico sobre este tema en las artes, ¿está poco desarrollado en Chile?

Quizás en otros géneros está más desarrollado, como en el teatro y en el cine. Pero en las artes visuales el tema de la violencia en la guerra está poco desarrollado desde la República en adelante.

¿Algún indicio para entender por qué sucede esto?

Quizás por una pobreza cultural y falta de infraestructura. No tenemos cuadros de 20 metros o de Napoleón entrando a Rusia con 500 mil hombres. Tenemos la Batalla de Cancha Rayada, si hablamos del tema bélico. Después, a nivel político, la violencia sí empieza a aparecer con el arte de izquierda o las brigadas muralistas, el arte de Balmes o Brugnoli en los sesenta, o cuando hablamos ya de arte y política, que también es una razón de fuerza.

Pero más allá de la efectiva creación de obras ligadas al tema, ¿habría o no un análisis sobre las manifestaciones de violencia en el arte al interior de Chile?

Sí, por lo menos en el ámbito político y en libros como los del historiador Salazar. Y en la televisión, pienso aquí en series como "El señor de la querencia", y también en el cine con películas como "Toni Manero". Más allá del poco amor manifestado por sus respectivos directores -personajes obsesos y despiadados, inmunes a toda redención- resulta la puesta en juego de tres aspectos fundamentales de la cultura: el trabajo humano, la muerte y el erotismo, que son los temas centrales y exacerbados en la televisión y en el cine. Pero, como decía Sarduy, la muerte y el erotismo ya son transgresiones toleradas por los medios. Lo que no soporta el público es no entenderlo. No se trata de tematizar la violencia, es que la cultura es violenta, la sociedad es violenta.

Pero una cosa es que vivamos rodeados de violencia y otra es que alguien se de el trabajo de sentarse, analizar y teorizar frente a esto que está pasando cotidianamente, sobre todo a nivel de creación artística.

Exacto. Ahora, en mi opinión, los artistas en Chile no están en contacto con la realidad social porque están muy distantes de lo "real", están más atrasados en su percepción o muy imbuidos en la academia, tanto en la clásica como en la de vanguardia. Es decir, la relación con lo real es muy pobre porque los artistas están muy alejados de los poderes. ¿Qué sería el arte a nivel mundial si no tuviera que negociar con dos poderes fundamentales que son el poder económico y el poder político? Estamos hablando de los artistas visuales, no así los actores o los músicos que son más populares. Entonces, eso también supone una división violenta de las artes y las artes visuales en Chile son poco arriesgadas respecto a dar cuenta de ese contexto porque no tienen una relación más tensa o directa con el poder político y empresarial. Por ejemplo, la violencia genera un espacio violento porque hay cuerpos que chocan y hay diferencias en lo social. ¿Cómo se mide eso? Es lo imposible. Como decía Nietzsche, el mundo es un choque de dos espadas, y el resplandor del choque era la mentira, lo ideal o la verdad. Pero la verdad no está hecha del material con que chocan las espadas, entonces hay que medirlo.

¿Y es posible medirlo?
Es imposible. Son campos de fuerza y el arte no lo puede encarnar. Bacon, por ejemplo, me interesa por eso, porque pinta el movimiento de un cuerpo en el espacio y no la ubicación de un cuerpo en el espacio. No es topológico, es la acción. Bacon es un pintor que hace la parodia del Papa de Velásquez con un cuadro que expresa fuerza. Incluso, para muchos, la crítica postmoderna es la crítica de la fuerza y de la expansión, que es cómplice, y eso es lo complejo, con la expansión del capital.

"A la gente no le gusta la violencia en el arte, pero sí la tolera en la cotidianidad"


Publicado en abril de este año, "Alas de Plomo. Ensayos sobre arte y violencia" da cuenta del poco desarrollo que esta temática ha tenido en Chile en el área de las artes visuales, explicitando que en nuestro país sólo han existido dos momentos en que el arte y la violencia se han vinculado: la República y a fines de los años 50', haciéndose expansivo hasta la Dictadura. Mientras la primera estuvo vinculada a la necesidad de exaltar una conciencia republicana, la segunda surgió ligada a la contingencia político-social de esos años.


Luego de esa información, contendida en el prólogo del libro, Guillermo Machuca centra su análisis en el contexto internacional, predominando el caso de Alemania y, en específico de Anselm Kiefer, para ir desarrollando esta temática a partir de la particularidad con que artistas como Goya o Bacon, por ejemplo, abordan el tema de la violencia en su creación artística. "Hay un tema de tensión en el realismo que es no oficial y que descubrí con Argan: el realismo no es copia de lo real, es más, es antinaturalista. Como en Goya o Bacon, el realismo no es mimético, sino aquello que queda cuando ha fracasado lo ideal", dice.

Y agrega: "Entonces, en la teoría actual no se habla de pintura figurativa o abstracta, se habla de lo figural, de la deformación. Es el máximo realismo con la máxima abstracción. Eso lo veo en una escultura de Pablo Langlois que está en el Museo de la Solidaridad, en la escultura y la performance del cuerpo, por ejemplo. Es lo sarcástico que equivale a desollar la piel".

Tomando en cuenta la particularidad del caso de Chile, ¿por qué decide centrar la primera parte del libro en un análisis internacional?

Para tensionarlo con la ausencia en el campo local, exceptuando a las obras de "Juegos de Guerra", que si bien no representan la violencia, sí se instalan en un espacio violento y para un público que no va a exposiciones de arte. Por eso necesitaba obras que resplandecieran porque al ser sublime, es terrorífico y placentero a la vez. La cultura nace como una separación de lo real y esa es una separación de fuerzas. Se justifica una representación que es un marco que separa y divide, y al separar y dividir rompe lo real y, por lo tanto, lo limita violentamente. Los cuerpos virginales del Renacimiento son cuerpos sublimados que expresan la represión de la fuerza del erotismo y de lo diabólico, y esa es una convención violenta. Botticelli representa a una mujer que tiene una belleza sublimada, pero manifiesta que ello es producto de un padre castrado. Esa es la belleza, una apariencia que tiene un fondo terrorífico y dionisiaco. Para Freud, Moisés no era judío, sino egipcio, y tiene que huir cuando se inicia la revolución politeísta. Se lleva a unos esclavos a Canaán y a su dios único, Yave, y mata a todos los que están ahí para instalar su religión. Esa es una relación violenta según Freud. Entonces, el principio de la violencia no sólo lo dijo Nietzsche, sino Marx también. El origen de la sociedad es la guerra.

Y en el caso de su libro, la atención está puesta en Alemania.

Es que Alemania es un país sintomático e insoslayable para todo análisis por el tema del holocausto. Además, el arte alemán es muy influyente en occidente desde la Edad Media en adelante, y a nosotros nos toca porque somos hijos de la tradición latina. El holocausto es un tema determinante en la II Guerra Mundial para todo el mundo, y de ahí surge un problema en Alemania: el tema del duelo, de la melancolía. Creo que Kiefer sería un artista interesante de exponerlo en Chile por el tema de la memoria, aunque hace diez años quizás hubiese sido más interesante. Pero, como dice Kiefer, el problema de la ruina y de la historia es mundial. No se acota sólo a Alemania. Para entenderlo, se supone que el espectador tiene que tener un mínimo de conocimiento. Yo desprecio al espectador común, no creo en la responsabilidad del arte frente a las masas. Creo que el arte es un hecho cultural importante y por tanto es un conocimiento. Se necesitan ciertos protocolos de aprendizaje.

Bajo esa perspectiva, ¿qué pasa con los artistas chilenos?

Son pocos incisivos para trabajar el contexto, no necesariamente porque están alejados, quizás no lo ven. Pero se necesita cierta inteligencia civil, y el arte más reciente se ha ido adelgazando a nivel ético civil comparado con nuestros abuelos que eran personas ilustradas políticamente hablando. Desde Balmes, el artista es un artista civil. Los de ahora son artistas bastante ignorantes en términos sociopolíticos y de historia de la política.

¿Algunos más cercanos a un arte vinculado a la espectacularidad, como da a entender en "Remeciendo al Papa"?

Puede ser producto de eso también. Ahora, entre el objeto y el sujeto de percepción siempre hay una discontinuidad. A mí, por ejemplo, no me convence el espectador culto porque puede ser nocivo para el arte por su concepción del arte absoluta, y tampoco me interesa el ignorante que cree que el arte es una especie de derecho natural. Me interesa un espectador oscilante que sabe el valor del conocimiento, del aprendizaje y de la información, pero también tiene que tener cierta ingenuidad. Lo que se llama suspender el juicio. El espectador y el chileno son muy prejuiciosos. No ven el objeto, ven mediaciones, antiojeras que le causan prejuicios morales. Como decía Nietzsche, nuestra cultura es óptico moral y por eso todos creen saber lo que es arte. Duchamp pone el urinario y uno dice: ¿Qué es esto? ¿Es arte? Uno está constantemente poniendo en duda lo que sabe, pero eso también requiere un aprendizaje, una experiencia del ver. Y también ocurre con la violencia. Para que uno vea el tema de la violencia tiene que pensar en el problema y no necesariamente mostrar la sangre derramada. Es más fino que lo evidente.

En "Alas de Plomo" dice que "el arte actual es más literal y chocante que el arte premoderno". Frente a ello aparece la duda de si estamos hablando de efectismo fácil o de...

A eso voy. Hay una artista inglesa que vendió la cama donde se hizo un aborto en miles de dólares. Santiago Sierra tatúa a unos inmigrantes, mientras otro artista se corta el cuerpo. Hay una violencia, una impudicia. Ese proceso comenzó en los años 60 y 70 cuando un tipo de los happening austriaco se amputó el pene en la Acción de Viena. Incluso en las religiones extremas los tipos se crucifican. Está en la realidad, en la vida. Quizás a la gente no le gusta la violencia en el arte, pero sí la tolera en la cotidianidad. Pero al arte no se le permite porque es sólo representación. Y eso es violento porque representar es separarse de lo real, aislarse.

Pero el hecho de que ahora sea más literal, chocante, evidente u obsceno, ¿significa necesariamente que esté mejor ejecutada?

Yo no evalúo porque habría que hacerlo caso a caso. Pero hay una sospecha de un facilismo, de una banalización y de una exageración. Si tú piensas en la historia de la cultura, los primeros ritos eran violentos y eran happening o performance. El cazador primitivo se vistió con la piel del animal para matarlo y después lo pintó. Pero no son imágenes, son animales que están sometidos a un efecto mágico. Yo pinto y me apropio de la imagen del ser deseado, y lo mato y lo como. Son imágenes mágicas, prácticas y pragmáticas al igual que el budú. Cuando se establece en la tierra descubre que lo puede domesticar y se hace agricultor. Ahí aparece el marco -no el del siglo XV- y se rotulan las cosas, incluso la tierra. Y viene la guerra y aparece el arte más primitivo. A la mujer se le encierra en la casa y todo se cuadricula. Entonces, cuando aparece el arte es producto de la opresión. Es institución y, al ser institución, es conservadora. Son representaciones que están afirmando poderes de la mirada o políticos. América es descubierta por la perspectiva porque la perspectiva no es sólo para el cuadro, es hacer mapas para llegar a otras tierras. Y en el siglo XX con las guerras mundiales, todas las vanguardias son belicosas. La vanguardia italiana se asoció -luego de desaparecido- al fascismo, y la rusa a los bolcheviques. Ese es el manifiesto violento, destruir museos, academias.

¿Y qué pasa con las manifestaciones de violencia más sutiles en el arte, obviando las guerras o genocidios, por ejemplo?

Para mí, la violencia es algo que recorre toda la historia de la cultura. En la medida que exista diálogo, hay violencia porque hay choque aunque eso sea distinto a la violencia desatada o irracional. Pero, como decía Sarduy, el erotismo y la muerte son transgresiones ya toleradas, por lo menos a nivel de masas. Lo que no tolera la gente es la violencia de aquello que no entiende, y por eso no se le da importancia al arte conceptual como ejercicio del lenguaje. Barthes decía que la violencia le parecía interesante como punto de partida y le daba un valor a lo expresivo. Pero cree aún más que tiene que haber una diplomacia de la violencia porque los grupos diplomáticos son los más violentos. El Dadá, por ejemplo, es un arte de shock, violencia y golpe, y Duchamp no es del golpe porque lo que hace es descolocar, te obliga a pensar y te deja en un estado de estupor. Entonces, la violencia de la bofetada, en el fondo, es una violencia que remite al cuerpo de aquello que está violentado. Por eso no creo en el arte contestatario, creo en el arte deconstructivo. La escena de avanzada de Nelly Richard es un arte violento que está en el marco de la guerrilla cultural, pero es deconstructivo y trabaja el desgarro del cuerpo. En Dávila está esa temática, en Gonzalo Díaz, en Altamirano, en Leppe. Pero no es la violencia gratuita. Nietzsche dijo en un libro que hay una necesidad de hacer la guerra y ver adversarios. Es que no es sólo una actividad negativa, es productiva. Santiago Sierra me interesa por eso.

Tomando en cuenta la espectacularidad y banalización de la que da cuenta en "Remeciendo al Papa", ¿qué pasa con la ética en el tratamiento de esta temática?

No lo tengo muy claro. No sé si uno puede separarlo tan fácilmente. El artista tiene que ser una persona inmoral o amoral. Qué la moral se vaya al diablo, decía Nietzsche. El artista no debería tener ninguna condición respecto a nada, a menos que sobrepase un límite legal. Pero el artista está a disposición de afrontar cualquier tema.


(Entrevista publicada originalmente en el sitio de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile)

lunes, 3 de noviembre de 2008

Fidocs: los imperdibles

Hoy empieza Fidocs, la muestra de documentales que este año reúne 562 películas de 32 países en cines como la Sala UC (Alameda 390), Cine Arte Alameda (Alameda 139), Cineteca Nacional (Plaza de la Ciudadanía 26) y Lastarria 90. Imperdible es El Diario de Agustín, de Ignacio Agüero (el mismo de Cien Niños Esperando un Tren, que también se exhibe en el festival) un documental que de tan importante casi no ha salido en los medios: habla del oscuro rol de El Mercurio durante la dictadura militar. Un ataque directo al diario más influyente del país, razón suficiente como para que nadie (ni siquiera su competencia) se atreva a hablar mucho de esta película, con la que se inaugurará Fidocs. Veanla ahora, porque seguro que no se dará en TV abierta. En ALAMEDA, Sab 8, 21h / CINETECA, Dom 9, 16h

Acá otros imperdibles:

Standard Operating Procedure: detrás del horror
ALAMEDA, Vie 7/11, 21h / ALAMEDA, Dom 9/11, 19h


"No cambiaría nada", dice la ex soldado Lyndie English, mirando directamente a la cámara. English fue una de las siete "manzanas podridas", soldados sometidos a juicio luego de conocerse las publicitadas fotos de torturas en la cárcel iraquí de Abu Ghraib, en 2006. Las imágenes mostraban a efectivos de EEUU sonriendo mientras posaban al lado de iraquíes muertos, torturados o en poses sexuales. Standard operating procedure (2008) es la historia de los personajes que tomaron esos retratos que darían la vuelta al mundo.El último documental de Errol Morris tiene varios rasgos en común con lo que ahora se llama su "trilogía de atrocidades", iniciada con Mr. Death (1999) y continuada por la ganadora del Oscar Niebla de guerra (2003): una situación moralmente ambigua, entrevistados que hablan a cámara y cinematográficas recreaciones, todo complementado con la banda sonora de Danny Elfman. Aunque la historia no necesita de mayores adornos: es suficiente con los escalofriantes testimonios -pagados, según ha reconocido Morris- de los victimarios. Ellos insisten en que sólo "ablandaban" a sujetos que bautizaban como "Gus" y "Gilligan", que cumplían órdenes superiores. Además, que las imágenes no eran situaciones reales de tortura, sino "poses para la foto". Los verdaderos criminales, dicen, son los que nunca fueron fotografiados ni juzgados: esos que interrogaban a puertas cerradas y luego dejaban cadáveres abandonados en la cárcel. ¿Cuánto les cree Morris? Lo suficiente como para querer ver más allá del marco de las fotos: allí donde todos dejaban de posar y donde todo fue recortado y manipulado para hacer caer a sólo un puñado de soldados de bajo rango.

Regreso a Normandía: pasado presente.
SALA UC, Jue 6/11, 21:30h / SALA UC, Sab 8/11, 19h


Ser y tener (2002) se convirtió en un sorpresivo éxito de taquilla al llevar a 1.800.000 franceses al cine a ver un sencillo documental sobre el fenómeno de las "clases únicas" en las escuelas de Francia. Cinco años después su director, Nicholas Philibert, vuelve con Regreso a Normandía (2007) aplaudida cinta que habla tanto de él mismo, como de la Francia rural y que fue descrita por The New York Times como "un extraordinario viaje a través del tiempo, la memoria y las repercusiones de un crimen desconcertante". Todo comienza con un asesinato: en 1835, un granjero francés mató a tres miembros de su familia y luego lo confesó en un largo y detallado escrito. Casi un siglo y medio después, el influyente Michel Foucault rescató el texto y lo publicó bajo el nombre de Yo, Pierre Riviére, habiendo matado a mi madre, mi hermana y mi hermano (1973). Este libro inspiró en 1976 una película homónima dirigida por René Allio, que recrea el triple homicidio en una localidad de Normandía, muy cerca de donde ocurrieron los hechos reales, con actores no profesionales elegidos entre los pobladores.Esa cinta es el génesis de Regreso a Normandía, especie de reunión del pasado y el presente de todas esas historias. Philibert fue el director asistente de Yo, Pierre Riviére... y tres décadas después llega a la misma localidad para retomar la historia de la cinta que definió su carrera cinematográfica, así como la existencia futura de los pobladores de Normandía. ¿Qué ocurrió con esos lugareños? ¿Cómo afectó al director? Y en especial, ¿qué pasó con Claude Hebert, el recluido protagonista de la antigua cinta?