lunes, 16 de febrero de 2009

La yeta en el proscenio

("Bicha", de Federico Eisner. J.C.Sáez editor, Santiago, 2008)

Por A.F.


Bicha es el segundo libro de poesía de Federico Eisner Agües (1977), luego de su plaquette Pequeño compendio para un amigo, con el que se iniciaran las Ediciones del Temple en 1997. Allí, el escritor se ha desempeñado también como editor desde el año 2000, haciéndose cargo de diversos aspectos de libros ajenos, postergando los propios.

Ahora, once años después, Juan Carlos Sáez (el fundador de las Ediciones del Temple) vuelve a editar a Eisner con este conjunto que no es mucho más extenso que su primera publicación, pero sí más maduro en cuanto a recursos, a oficio y a mirada.

Bicha no es, a diferencia de ese primer compendio, un conjunto de poemas sueltos, sino que un poemario unitario, compuesto por 30 textos que están divididos a su vez en 3 partes, todas tituladas "Escenario". Ningún poema sobrepasa la página y media de extensión, y suelen estar divididos en estrofas, con un verbo ligero, llano y por momentos musical (Eisner es músico, además), casi en formato canción. El casi significa: aquí no hay letras de canciones inexistentes, sino que hay poemas que a veces beben de las estructuras de una canción, sin que lleguen a haber estribillos.

El uruguayo, radicado en Chile desde los 9 años de edad, realizó en Bicha un ejercicio de engañosa complejidad: parece simple asirlo, por su lenguaje cotidiano, desprovisto de rebuscamientos, casi prosaico por momentos; pero lleva en sí una carga de sentido que no es tan fácil desbaratar.

Está dividido en 3 partes y cada sección contiene 10 poemas. En la primera habla la protagonista, la Bicha, partiendo por su “metaserpentosis”, donde de niña pasa a convertirse en serpiente (en clara cita a la metamorfosis kafkiana), con humor y vívidas imágenes del trastorno cotidiano de aquello, asociado a la adolescencia: “algunas amigas ya tenían / vellos en sus bajos pero escamas /ninguna”.

Luego, en la segunda parte, habla otra voz, que es el que sufre y huye de esta bicha (como la célebre Víbora de Nicanor Parra) que lo persigue, se mete en su cama y lleva su foto en sus escamas: “Desperté con lágrimas y era un susurro /era su voz /que decía te extraño” (De contrabando). Finalmente, en la tercera parte, es como si la cámara que registra estas escenas hiciera un zoom out para mostrar a las mismas cámaras que filman y la tramoya detrás de las escenas, un evidenciar el escenario pero sin que deje de suceder la trama, que concluye con un plural que tiembla ante la impronunciable: “éramos /muchos/una reserva de lobos/asustados/una guanera / rebosante (...) todo cagados /nos aferramos al último lucero” (El Faro de los Naufragios III).

Los poemas del libro están hilados por una narratividad que sin embargo no se agota en su lectura lineal y ordenada, de principio a fin. Puede leerse de distintos modos, incluso en forma saltada, sin que nos deje tan "colgados". Tiene sentido comenzar a leerlo por el principio, pero no es el único sentido: no es más importante la trama que la poesía. La levedad que este poeta logra imprimir en sus versos, ese ritmo musical pero no musicalizado, en que se sirve de un lenguaje llano, claro, sin barroquismos, me hace pensar en su parentesco con otros escritores rioplatenses y en particular con el argentino también radicado en Chile, Hernán Giurastante (o Bruno Genovesio), escritor prácticamente inédito -sólo ha publicado breves plaquettes para los amigos- que comparte con Eisner esa levedad y un humor (aunque más corrosivo el del argentino) que los alejan de los graves púlpitos, de las carreras apresuradas por la consagración o de cualquier pretensión exagerada.

El libro de Federico (donde cabe también distinguir que utiliza en algunos poemas el juego tipográfico e incluso el caligrama, sin que haya una ingenuidad experimental en ello sino más bien una incorporación de quiebres rítmicos y esquemas lúdicos), tiene a su vez la particularidad de la polifonía y de la polisemia: no hay sólo una voz ni hay sólo un sentido en el seseo en el que nos lleva culebreando a través de sus páginas.

También veo que hay espacio para la autoconciencia sobre el artificio literario o artístico, pero renegando a su vez del excesivo sarcasmo y cinismo de la literatura y de la vida actual, diciendo en el que quizás es el mejor poema del libro: "No creas hermana /que maldigo esas tardes borrachas de soberbia /pero temo que un día/ nos crucemos con tanta maravilla /que ya no seamos capaces de amarla" (Acero inoxidable).

La bicha, la impronunciable, la yeta, a veces no sabemos si está al frente o adentro del mismo hablante, que en sus aproximaciones escénicas -bíblicas y mitológicas- a la culebra como figura del mal, también se acerca al mundo popular y a la superstición que es el sedimento de ese temor primitivo al mal que anida en lo humano desde el principio de los tiempos: desde el cuco hasta la tarjeta de crédito.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no es Sagües el segundo apellido de Eisner?

huena la foto de heinrich...

saludos

Unknown dijo...

jajaja, galo tiene razón, pero es con tilde, es Sagüés, de Galicia

abrazos