miércoles, 14 de abril de 2010

Solsticios, de David Villagrán: una promesa por cumplir


David Villagrán es egresado de Literatura de la Universidad de Chile y éste es su primer libro. Solsticios: poesía que se regocija en el oído, en la música de las palabras, de las frases que se hilvanan como recuperando una memoria que sólo puede ser abierta pulsando esos acordes, yendo a ese ritmo. Poemas con motivos helénicos (ya lo anuncia el epígrafe de la Ilíada, “a fin de que sirvamos a los venideros de asunto para sus cantos”) y deudor de Góngora en la ejecución del verso. Para Villagrán, en este libro, parece no importar tanto lo que se dice, sino el valor inmanente de la palabra y la construcción de sentido a partir del sonido. Hace un despliegue muy brillante de recursos métricos y retóricos, la mayoría de los cuales sólo alcanzamos a intuir, dada nuestra poca instrucción en la materia.


Los motivos helénicos de este viaje, empero, funcionan aquí como alegoría imprecisa o parodia sin trueno. Quiero decir: lo que leemos regocija el oído, pero es literariamente poco verosímil. No está adecuadamente calibrada la relación sonido-sentido, porque, por más que la música funcione, los textos no se asientan en la mirada de un sujeto que nos interpele. En vez de eso, el hablante que protagoniza las escenas es un discurso, hecho a jirones de imágenes y múltiples citas (como ésta de Homero, si la memoria no me falla: “porque no hay ser más desgraciado que el hombre / entre cuantos se mueven sobre la tierra”), que están incorporadas a esa voz, sin que se distinga su procedencia, pues en verdad todo en este libro es de una u otra forma cita y reescritura de una belleza que se exhibe como una vieja túnica que conserva, después de siglos, todo su esplendor; pero que ya nadie usa. Una propuesta que quizás responde a la manera algo anquilosada con que la Academia mira la poesía greco-latina, sin lograr actualizarla de forma convincente.

Dentro de toda esta ficción helénica y su viaje por antiguos mares (que me parece un discurso reaccionario frente al hoy, mas no afirmativo aún de una estética propia) hay por cierto momentos de excelente poesía, en que todo se conjuga de una manera que desearíamos fuera predominante, como en el poema “Y si lo deseas, te haré con la cabeza la señal de asentimiento para que tengas confianza”. El libro termina con un texto en forma de anillo, en una suerte de epílogo contemporáneo a este viaje neo-homérico. Villagrán, pese a los reparos expuestos, ha dado aquí elocuentes muestras de que puede ser uno de los mejores entre los mejores. Su sensibilidad y prematuro dominio del oficio auguran excelente libros venideros.


(A.F. En Letras.s5.com)

martes, 23 de marzo de 2010

Elogio de la Patria de Valdebenito

Los 42 poemas que conforman Patria, de Ángel Valdebenito Verdugo (Ediciones del Temple, 2008) están divididos en tres partes, pero logran una unidad de sentido y estilo admirables. Hay una tensión y una coherencia que se sostienen a lo largo del libro, aunque aborde distintos temas. De principio a fin, es un conjunto de versos libres muy bien medidos, con las sílabas precisas y el oído siempre comandando los avances. Cada poema: una tropa de versos que vienen de o van a la guerra. Una guerra sin estruendo, que no es épica, sino del día a día. Hay un desenfado conservador, un sujeto que usó los uniformes de la patria “como si nada” y que prefiere “el orden anterior a la pedrada”. Que presume de la rectitud en que se van consumiendo sus días, con horarios fijos y las preocupaciones vulgares de la mayoría. Cero heroísmo, ningún ansia de distinción, sólo el deseo de vivir en paz.

El tema de la patria es espinudo. ¿Qué es ser patriota? ¿Hay sólo una forma de serlo? “Un país es sólo un país, toda tierra es la tierra de nadie”, dice el colega Henrickson desde la vereda del frente. En términos muy básicos, la patria se define (según wikipedia) como “la tierra natal o adoptiva a la que un individuo se siente ligado por vínculos de diversa índole, como afectivos, culturales o históricos”. Un espacio del que nos sentimos parte y que sentimos que nos pertenece. Y ese sentimiento de pertenencia no siempre es compartido por todo el pueblo, que muchas veces ha sido acusado de “antipatriota” por solidarizar con las clases oprimidas de países vecinos antes que con otros compatriotas.

Este sentimiento de pertenencia a la patria conlleva también orgullo y amor a la misma. Y estos sentimientos nos son inculcados desde el colegio, en que nos enseñan que Prat es un héroe y que tenemos que celebrar la independencia en septiembre. Y que tenemos que ir a la guerra para defender la patria si es preciso. Muchos nos rebelamos ante eso, pero intuyo que hay una forma de patriotismo que no se hace eco de estos relatos históricos que suelen justificar la acción de los poderosos o la defensa de los intereses de las clases altas, que gracias a este sentimiento patriota mandan a morir a la guerra a muchos para salvar o incrementar sus privilegios.

Un patriotismo que no defiende estos relatos, que no ensalza a los héroes de la historia oficial, que no tiene que ver con las insignias y las proclamas patrióticas. Un patriotismo que ame a la patria en sus propios términos. Un amor menos complaciente, no ciego, sino de ojos tremendamente abiertos. Ese es el caso de Valdebenito.

La efervescencia patriota nos brota principalmente con los triunfos deportivos y las catástrofes. Pero este libro está escrito en días neutros, sin justificaciones. El que habla en estos poemas es un sujeto que, sin comulgar con los poderosos, evoca amablemente el busto de un viejo coronel, o recuerda sin rencor el regimiento, que son nada más que la imagen de la continuación de un orden del que el hablante no necesita o no quiere salir. Ante una protesta, con la luz cortada por los enfrentamientos entre policía y manifestantes, dice: “La piedra disparada hacia el carabinero /hizo un buen trabajo, aunque en el cuerpo equivocado”. Y ahí maldice la interrupción del orden y recuerda el busto del coronel Beauchef, “severo y noble entre nosotros”. Ve ese afuera como un simulacro que, por la efeméride de turno, vale más que el suyo. Pero prefiere el orden anterior, con sus falencias, a un nuevo orden traído de la mano que lanzó la pedrada.

Sin embargo, no ha sido “un cero a la izquierda, vendedor de tus tierras”, le dice a su patria: no hay posibilidad de identificación política con la derecha neoliberal actual. Aquí Valdebenito nos conecta con una visión de mundo conservadora, pero de otro tiempo y aún viva, que disfruta de las escenas campestres y que es patriota en el sentido de querer el terruño, de tener orgullo “de pertenecer al kilómetro 15, al 100 o al 727”. De vivir en las fronteras heredadas y no ansiar salir de ahí, pese a tener que soportar las expectativas familiares y todo el sistema de valores comunes de sus compatriotas. Por esto también tiene otra patria, la de los objetos que lo rodean y la materia “a la que va atado como a la muerte”, una patria “entre muebles que se arriman en silencio”.

De este modo, el sujeto que habla en estos versos vive la difícil vida de quien acata las reglas y disfruta de la tranquilidad del orden, cuando puede. Sin joder al resto y sin tolerar que el resto lo joda.

Aquí se canta a la patria del día a día, la única guerra posible para quien no cree en grandes épicas. Apuesta al rigor en la vida y en la escritura. Valdebenito entra en la cotidianidad más próxima, de los que asumen responsabilidades, los que entran al sistema, los que contraen deudas y aún así (o sólo así) pueden ver lo que sucede a su alrededor con ojo crítico, irónico, escéptico, y resignado. Ahí hace su “inventario de especies”, escenas de compatriotas que representan a miles. No es preciso estar-fuera-de-la-sociedad para hacer poesía, ese es un simulacro que ya pocos creen, y que aún menos llevan a sus últimas consecuencias. La gente endeudada, el pueblo no combativo, no revolucionario, que se levanta todos los días a las 6 am, están presentes aquí. Y es esa cotidianidad la que se transfigura en poesía legible y culta. Hay referencias a la cultura popular y hay sensibilidad social, pero todo tamizado y enriquecido por un amplio bagaje, no ostentado. Es poesía que se nutre fundamentalmente de la vida, no de los libros ciertamente leídos.

El autor escribe de manera exacta, sin ramaje de más, pero con ramas largas cargadas de frutos. Diríase que paladeando cada frase. Y usa muy bien el suspenso, un recurso difícil y poco frecuente hoy por hoy en la poesía nuestra. Escribe de lo que le atañe: los problemas familiares, las evocaciones crudas –ni una pizca de romanticismo– del lar sureño, su visión irónica de lo que nuestra sociedad llama éxito, el honesto desinterés por el prójimo abstracto (“el prójimo / una fogata mal apagada en la esquina anterior”), las conversaciones ridículas con los amigos.

Es un estilo de vida y un estilo de escritura entrelazados, pues Valdebenito consecuentemente no quiere romper el orden de la tradición poética chilena. Desde dentro, logra dar un paso más, siendo original en lo antiguo. Logra entonar lo que se llama “una voz propia”, distinguible de sus influencias. Y así podemos leer muchos poemas memorables, dignos de las antologías más exigentes. Que podemos disfrutar sin necesariamente sentirnos identificados: otro logro. Leer este libro me hizo recordar aquello que decía Teillier de Rolando Cárdenas, de que no tenía poemas malos. Este libro, el segundo de su autor después de “Papeles de la Villa Hostil” (1999), es así: no tiene poemas malos y tiene muchos muy buenos. Y también incursiones notables en la poesía en prosa, como “Abatido”, ese entrañable pájaro “cuyo canto no cumple función alguna en su entendimiento con el medio externo o el resto de su especie”, pero que “arrulla en él una imperfecta esperanza, y reniega para sí el oficio de los demás, y refunfuña, pero no vuela”.

(A.F.)

A propósito de Intemperancia, de H. Figueroa, y los efectos de una mediocridad refrescante

Pese a haber sido reeditado hace relativamente poco (2007, Ed. Tácitas), Intemperancia, de Héctor Figueroa, cuenta con una “edición preliminar” del 2002 que llevaba otro título (Groggy), de la que ahora podemos leer una versión depurada y aumentada. ¿Definitiva? Quién sabe. El libro ya ha sido comentado, desglosado, vinculado con poetas de otras latitudes e interpretado (sírvase googlear), por lo que sólo quiero hacer algunos alcances, luego de disfrutar su lectura.

Como todo está tan bien ajustado dentro de un buen poema, cuesta decir por qué es bueno, por qué funciona. Y los poemas de este libro funcionan con el mecanismo del reloj más exacto, aunque parezcan desprolijos y sucios. Para Figueroa, la desprolijidad y la suciedad no es parte de su estilo sino un efecto que genera su escritura: en el libro todo es verosímil, no hay afectación, ni rigidez, ni palabras que estén realmente de más. Para eso no es suficiente la “honestidad” que destila (otro efecto: la poesía barroca o metafísica también pueden ser honestas). Eso requiere trabajo.

Me permito una cita que se le puede aplicar a su mismo autor: hablando de W. Carlos Williams, escribe Figueroa: “se admira el sudor de su técnica, /la belleza de sus poemas objetivistas. /Poeta-testigo/de ojeada proyección lúcida/ como si no costara nada el escribir”. No sé si los poemas de Figueroa son objetivistas (“averiguar bien qué chucha es un poema objetivista”); pero sí genera el efecto en el lector de que pareciera “que no costara nada el escribir”. El poeta tiene un extraordinario dominio de su oficio, y llegado a tal punto, ya no hay recursos ni palabras vedadas, o “temas poéticos” separados de la vida. Sólo la más descarnada honestidad, muy en la línea de Lihn (la poesía no debe engañar), pero sin el retoricismo ni la vocación dramática-escénica de Lihn, de quien Figueroa incluye al final del libro un logrado retrato-collage a partir de frases del poeta dichas en entrevistas, poemas y artículos. Escrito en primera persona, a lo Spoon River pero más extenso –de hecho también hace lo mismo con Edgar Lee Masters.

De esta manera, Figueroa prefiere generar un llano efecto de espontaneidad y es siempre inteligible. Tiene gracia. Y al mismo tiempo habla de auto-destrucción, bordea lo suicida. Es trágico, no terriblista. Para este autor y los que llegan a este punto, todo puede caber en un poema, hasta lo más prosaico puede generar un remezón poético. Mezcla de materiales nobles con materiales de desecho, cartones encontrados en la calle con acuarelas y pinceles finos.

Pero insisto, para que eso funcione requiere de mucho oficio, además de talento. Eso muchos no lo entienden y se apresuran a publicar diarios en verso que sólo logran hacer un auto-altar de la propia experiencia sobrevalorada. Cuesta llegar a conjugar bien materiales líricos con lo que se puede sacar de lo más pedestre de la vida cotidiana. Cuesta traer todo tipo de cosas de la propia vida a la escritura sin resultar anodino. Y lograr que además suene bien. Es muy difícil llegar a un tono patético con la dignidad suficiente de no pedir compasión. Ahí entra el humor, muchas veces negro, que salva el patetismo del tono confesional de Figueroa, pues sabe reír a tiempo del absurdo de todo y de sí mismo. Es la verdad del borracho y del bufón. El que habla en estos versos tiene de ambos.

Es un libro espiritualmente denso, sin ser grave (cercano en este sentido, entre los chilenos, a Polhammer o a Bertoni, quizás; pero en otro tono, más amargo) y también suelto de estilo, pues no se aferra a una sola técnica a la hora de cocinar sus versos y disponerlos en el plato-página. Usa amplitud de recursos, pero combina bien los ingredientes, no al tuntún; es coloquial y ligero de ritmo, pero apunta a las fibras últimas. Aquí hay un hablante que arriesga, un hablante radical, un tipo que no quiere ser mejor que otros, ni ser el peor de todos. Por algo, uno de los mejores poemas del conjunto se titula “Mediocre”. Lejos de la farsa ambiente (a la que enfrenta) y del exitismo disfrazado de margen, una poesía que se aleje de la flojera y el facilismo asociado a este estilo de escritura hoy está plenamente a contrapelo. Y se agradece.

(A.F.)

miércoles, 28 de octubre de 2009

Luis Weinstein: El “chamán new age” del tiempo


por Andrés Florit C.


Al fotógrafo y conductor del mini programa
TV Tiempo le atrae también la física y estudió algunos años de ingeniería y matemáticas, además de periodismo. Por ello, no es raro que afronte el tema del tiempo desde varias perspectivas, mientras continúa noche a noche anunciando el futuro para miles de chilenos.


Luis Weinstein es reconocible desde lejos, no sólo por su altura (1.94 m.), sino por ser el rostro que desde hace doce años anuncia por TVN lo que sucederá al día siguiente en materia de lluvias y calores para las distintas localidades de nuestro país, a través del mini programa TV Tiempo. Este oficio, que no le demanda mucho tiempo, le resulta muy cómodo para dedicarse el resto del día a lo que realmente le interesa desde hace más de 30 años: la fotografía. Confiesa que no puede salir de su casa sin su cámara y que cada vez está más convencido que uno “sólo toma una foto que va repitiendo infinitas veces”.

Con una trayectoria artística reconocida y una visibilidad mediática que lo divierte, Weinstein mantiene una sencillez y un buen humor ajeno a cualquier tipo de estrellato. Llega con el pelo desordenado, saluda a los mozos que lo reconocen y no imposta la voz ni lanza discursos prefabricados. Conversa distendidamente y está siempre con su ojo de fotógrafo atento: “Mira allá al fondo, esos gallos hablando por un computador metidos adentro de una villa romana”, me dice a poco de llegados, por unos clientes del café que están con un mural a sus espaldas que pareciera contenerlos.

Este tipo de cruces cotidianos y el poder de la imagen en la sociedad actual son temas centrales en la obra de Weinstein: “Para mi gusto es muy fuerte. Ahora te ponen el edificio en la vereda proyectado y una familia feliz mirándote pegada al lado del edificio, que es más grande que tú, y de repente ves a alguien en la vereda del frente que va caminando delante de eso y está un poco adentro del edificio y afuera... ahí te das cuenta del poder que tiene, que puede acarrear una carga simbólica importante. Tú tienes que poder leer esa cuestión, no puedes ser ingenuo frente a eso, no puedes dejarte embaucar tan fácilmente”.

El fotógrafo es además periodista y aficionado a las revistas de divulgación científica. Estudió algunos años ingeniería y otros tantos matemáticas. Y por cierto, hizo cursos de meteorología. “La meteorología está instalada dentro de la teoría del caos en términos de matemática. Es un sistema que pretende resolver, pero tiene más preguntas que soluciones, tiene más variables que ecuaciones, no alcanza a resolver, no da, entonces siempre que ocurrió un evento meteorológico puedes ir para atrás y decir claro, obvio, con esta presión, con esta temperatura, con esta velocidad de viento, es obvio que haya pasado esto. Pero antes, cuando tienes solamente esa presión y esas variantes, no eres capaz de decidir que esa va a ser la situación que va a ocurrir”.

Sin embargo, los meteorólogos han logrado anunciar de manera cada vez más exacta lo que sucederá. Y Weinstein, bromeando, ha dicho que su mayor vanidad es ser “el señor del tiempo”, por lo que es inevitable preguntarle si se siente más señor del tiempo cuando anuncia el futuro o cuando retiene el presente en una foto: “Cuando anuncio el futuro, claro. El chiste de la cuestión es anunciar el futuro, es toda la gracia que tiene, que finalmente, si tú piensas, somos los únicos que hablamos del futuro, además con esta aura de verdad que es muy particular, y eso te da un estatus como de chamán new age”.

Tiempo y fotografía

Bromas aparte, el tiempo es un tema que lo cautiva y en este sentido reconoce a Borges como uno de sus autores de cabecera. Recordamos aquel relato en que el argentino cuenta: “Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente. Otra escuela declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable”.

Tlön es un mundo imaginario, pero refleja un enigma real y verdadero, que Weinstein no elude: “Tú estás haciendo un recorte de algo que desde donde tú estás parado y a la velocidad que te encuentra va a ocurrir en ese instante, y más te vale estar listo... por eso yo siempre ando con mi camarita listo para recortar esas lonjas. Ahora, según muchos físicos teóricos actuales, en los libros de divulgación que yo leo -no soy científico de verdad-, el espacio-tiempo es como un pan de molde que tu lo puedes cortar así (verticalmente), que es la visión que nosotros tenemos, pero también lo puedes cortar así (en diagonal), y tú desde acá (este corte te lo da también la velocidad) deberías estar parado ahí mismo viendo una cuestión que en principio para ti ya pasó o estar viendo algo que está por venir”.

No es casualidad, entonces, que al preguntarle sobre qué es lo primero que le viene a la mente si le mencionan la palabra tiempo, la respuesta sea “la rueda del obturador”. Pero la relación entre tiempo y fotografía tiene también otras aristas: “La fotografía vive en el tiempo, es su materia prima... entonces la afecta en todo. Hay todo un tema con la conservación que no es menor, porque finalmente este gesto romántico de tratar de preservar instantes y perspectivas en particular, si van a durar poco preservadas, es un salto en el aire; no sirvió mucho todo el esfuerzo que hiciste, el tiempo que invertiste y todo, porque al final se te fue igual, se diluyó, se borró con la luz. Entonces el tiempo, que esta muy involucrado con esa acción, es una amenaza enorme para la fotografía al mismo tiempo que es lo que tiene”.

Los sistemas de conservación actuales proponen el cambio constante de formato, para que la información no quede en soportes obsoletos que después no puedan leerse. De esta forma, la digitalización en materia fotográfica es fundamental, pero Weinstein igual cree que algo se pierde en el traspaso. “Se pierde, siempre se pierde y es complicado porque ya se perdió cuando lo hiciste foto, se perdió mucho cuando lo hiciste foto... cuando la cuestión estaba ocurriendo era más, estaban todas las posibilidades, todos los otros que podrían haberlo mirado por allá, más todos los posibles lentes con los que podrías haberlo tomado, más todas las posibles emulsiones con las que podrías haberla registrado y todos los posibles procesos de esas emulsiones... de todas esas fuiste tomando sólo una, ya lo despojaste de un montón de cosas”.

Pero esta elección es lo que finalmente vale en términos artísticos: arriesgarse por una perspectiva, que incluso si se fotografía con dos cámaras distintas la misma escena será única: “He ido con colegas míos a hacer trabajos en que cada uno iba buscando el rinconcito propio y en un momento dado rompimos esa lógica y empezamos a avisarnos de aquello que nos parecía que era relevante, y nos encontramos haciendo la misma foto... Incluso yo tengo una foto en la cual el flash que está iluminándola lo dispara Luis Poirot que estaba al lado mío, y esa foto que yo tengo y la foto que tiene el Lucho no tienen nada que ver, pero nada que ver, es otro espíritu, podría ser hasta otro lugar, aunque es la misma señora, la misma gallina, el mismo perro abajo de la mesa, el mismo mantel de cuadros... es lo mismo pero no tiene nada que ver”.

Esta decisión está mediada hoy por las infinitas posibilidades de la fotografía digital, que permite tomar muchas fotos y después elegir, no como con la fotografía análoga en que el error es más caro y cada foto se cuida. Weinstein no está ajeno a los nuevos avances tecnológicos, pero de todas formas sigue ocupando su vieja cámara análoga, que lleva colgada al cuello vaya donde vaya. “La gracia, la de aquellos que lo hacen bien, es lograr presentarte esta especie de destilado, que represente muchas cosas en una sola imagen y eso es lo interesante, que te evoquen muchas otras pero siendo una sola”.


(Entrevista realizada en el 2008 para una revista que finalmente no la publicó: cambios de editor, etc. Para que no se pierda, y porque creo que tiene cosas interesantes, la dejo aquí)

martes, 30 de junio de 2009

Y si fueras tú también marchando

(raso, de Carlos Cardani Parra. Santiago, Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2009)


Por A.F.


Qué puedo decir sobre este libro, sobre este autor que a pesar de su juventud sentíamos la urgencia de que dejara de ser inédito: es uno de aquellos que logran elocuencia y riqueza poética a partir de la observación austera y exacta, certera y vital de la cotidianidad, sea donde sea que el que habla se encuentre. Una poesía que es política porque mira su entorno desde una posición y no porque nos arroja una arenga.

Esto sólo se puede celebrar: me cuesta acometer la tarea de glosarlo. Ya lo hizo de alguna manera Juan Pablo Pereira en su agudo prólogo, donde distingue muy bien, por ejemplo, las diferencias entre la poesía de Carlos Cardani (Santiago, 1985) y la de Bruno Vidal, a quien naturalmente se puede asociar este libro por el estilo claro y por los motivos marciales que leemos en raso, escrito a partir de la experiencia del autor durante unos meses en el servicio militar.

Pero lo que en Vidal es, para bien o para mal, gesto e impostación, en Cardani es nada más que una torción de la perspectiva cotidiana, extrañeza y develamiento: un mirar desde otro lado –desde su lado– lo mismo que podríamos ver todos. O un decir lo que, como colectivo, teníamos en la punta de la lengua. Y decirlo, en este caso, con un lenguaje tan claro como una orden o una súplica, donde no cabe retórica ni impostación.

raso tiene hilos narrativos pero vale por cada una de sus partes, pues en ellas no anida la jerga ni la última moda académica. Son poemas, o quizás un poema de varios episodios, ya que hay un sólo punto en todo el libro: el punto final del último texto. ¿Y de qué hablan? De lo que podría vivir y sufrir cualquiera en cualquier latitud: los límites de la libertad, el sinsentido cotidiano que aquí se viste de capitanes y comandantes, o de odios a quienes ni siquiera conocemos. De la crueldad, la amistad, las ficciones que nos gobiernan y de la fuerza bruta que siempre está ahí, latente, esperando ser solicitada. Es conciso, claro y a la vez cargado, denso en sus significados. Este raso nos va mostrando de forma exacta lo que oye y lo que ve, en torno “a la vida civil que se trunca, a la disciplina marcial que comienza”.

Celebro esta edición de Balmaceda Arte Joven, impulsada por Rodrigo Hidalgo y bellamente ilustrada por Melba San Martín. La celebro porque este libro es necesario, en el sentido de que, por así decirlo, alguien tenía que escribirlo. Y donde tantos otros dan palos de ciego, Carlos Cardani ha dado con el palo en el centro de la piñata.

(nota publicada en letras.s5.com)

lunes, 8 de junio de 2009

Al margen del cuerpo, al margen del dolor

(El margen del cuerpo, Florencia Smiths, Ed. Fuga, 2008)

Por A.F.

El margen del cuerpo, ópera prima de Florencia Smiths (San Antonio, 1976) es un texto poético -escrito principalmente en prosa- que en lo personal me mantuvo en una suerte de umbral previo al poema, que se adivina pero que siempre está más allá y que no logramos alcanzar. Hay una conciencia lírica y delicada del oficio, de la búsqueda ciega de palabras que logren nombrar el dolor. Hay un paladear los recursos gramaticales, bordear el silencio y hablar desde el margen. “Estaba el mundo real escrito, distribuido en mal papel, anclado a nombres fugados”. O “porque si tan sólo le enseñasen a hablar de nuevo. A mirar. A tocar”.

El conjunto mantiene una inteligente coherencia interna y un tono contenido, como si hablara después de haber agotado ya las lágrimas (indecibles) que son el prefacio no visible de estos (o este) poema. Cuando la hemorragia cesó, la poesía de Smiths es un cigarrillo en una pieza sola con la ventana abierta. O algo así. Una bocanada. Un envoltorio. “Pues era necesario despedirse, separarse y optar sólo por el envoltorio de la palabra (…) optar por esos soportes que no se ven , que no se escriben, acaso lo que nunca se dice”.

Es una suerte de negación de lo elegíaco, un canto funerario que no se puede cantar, no sólo porque el dolor sea indecible, sino porque la hablante quiere aprender a cantar, estudiar solfeo, paladear las notas. La tercera persona acentúa esa distancia respecto de la emoción más visceral, remarca la mudez en que la sume el dolor. “La muerte le pide palabras, ella se abre al contorno y le muestra el margen, como si pudiera representar la misma escena del crimen en su espacio de carne”.

Florencia Smiths, frente al desgarro vital, en este conjunto prefiere esconder la llaga haciendo poesía del “envoltorio”, de las palabras que no pueden dar cuenta de ese desgarro. Queda la sensación de que se cuida en demasía de los lugares comunes y de las trampas y vicios del lenguaje, que de tan gastado ya no dice (lo que a estas alturas también es un lugar común); o al menos prefiere hacer poesía de esa sospecha: “está y permanece allí: la estafa”. Así, me parece que el libro tiene pasajes intensos y en lo formal muy bien logrados, dentro de esta contención lírica que resuelve con buen oficio; aunque, eso sí, al margen del dolor.


(Publicado en la revista Asado de Costilla, http://asadodecostilla.blogspot.com/)

El verbo encendido de Gustavo Ossorio

(“Gustavo Ossorio. Obra Completa”, editado por Javier Abarca y Juan Manuel Silva.Santiago, Beuvedráis, 2009)

Por A.F.

La honda poesía de Gustavo Ossorio (1911-1949) ha dejado al fin de ser patrimonio exclusivo de coleccionistas de primeras ediciones: esto, gracias al paciente trabajo de Javier Abarca, en colaboración con Juan Manuel Silva, quienes acaban de editar “Gustavo Ossorio. Obra Completa” (Beuvedráis editores, 2009, 331 p.), volumen financiado por el Fondo del Libro que reúne toda la obra poética del autor, tanto édita como inédita, además de valioso material referencial -artículos de prensa, cartas, facsimilares- y un conjunto de obras de una veta menos conocida del escritor: la de acuarelista. En el libro se reproducen siete acuarelas de Ossorio a todo color, lo que lo sitúa junto a otros poetas chilenos que han tenido interesantes incursiones plásticas, como Enrique Lihn, Andrés Sabella, entre otros.

Es decir, a 60 años de su muerte, podemos afirmar que Ossorio regresa con una edición de lujo: un exhaustivo trabajo de recopilación e investigación que me tocó ver de cerca, desde hace ya varios años, cuando mi amigo Javier Abarca comenzó poco a poco a conseguir los libros, transcribir los textos, reflexionar sobre la obra de Ossorio y a encontrar nuevas “reliquias” (inéditos, cartas), gracias a la ejemplar disposición y confianza de los familiares del poeta, que en un caso poco usual, conservaron una gran cantidad de papeles que Ossorio dejara al morir, material que pusieron en sus manos y que ahora podemos leer facsimilarmente en este nuevo libro.

Gustavo Ossorio publicó sólo dos poemarios en vida (“Presencia y memoria”, 1941; “Sentido sombrío”, 1948) y póstumamente se editó un tercero, “Contacto Terrestre” (1964). Sus contemporáneos apreciaron el mérito de su poesía: desde Rosamel del Valle y Humberto Díaz-Casanueva (que prologaron sus dos primeros libros y fueron también bastante cercanos a él en términos poéticos) hasta Eduardo Anguita, Ricardo Latcham y el mismo Gonzalo Rojas, todos lectores exigentes. Pero no hace falta hacerlos hablar a ellos: Ossorio era bastante lúcido respecto de su propio oficio y alguna vez lo definió así:

“La poesía no es para mí el anecdotario rimado ni el romance, ni nada que emita destellos ni signifique una decoración amable ni una música sensual. Ella es para mí el verbo encendido que, con tremenda voz, clama por el lugar justo del hombre entre sus semejantes, y es el vestido mágico para aparecer y desaparecer a voluntad; y el don de salirse de uno mismo o de entrar en uno como un ojo encendido, para visitar la sima profunda”.

La obra de Gustavo Ossorio, recuperada y ampliada con numerosas páginas inéditas, es una buena noticia en estos tiempos en que predominan los facilismos estentóreos, la arenga, el prosaísmo y las formas descuidadas. ¿Será por eso que vamos a bucear al pasado en busca de los buenos poetas “olvidados”? A las ediciones similares de Teófilo Cid, Jorge Cáceres, Romeo Murga, Juan Florit, Winett de Rokha y Rosamel del Valle, se suma ahora Gustavo Ossorio: los poetas muertos siguen ganando el partido.


(Publicado en Letras.s5.com)

miércoles, 18 de febrero de 2009

lunes, 16 de febrero de 2009

La yeta en el proscenio

("Bicha", de Federico Eisner. J.C.Sáez editor, Santiago, 2008)

Por A.F.


Bicha es el segundo libro de poesía de Federico Eisner Agües (1977), luego de su plaquette Pequeño compendio para un amigo, con el que se iniciaran las Ediciones del Temple en 1997. Allí, el escritor se ha desempeñado también como editor desde el año 2000, haciéndose cargo de diversos aspectos de libros ajenos, postergando los propios.

Ahora, once años después, Juan Carlos Sáez (el fundador de las Ediciones del Temple) vuelve a editar a Eisner con este conjunto que no es mucho más extenso que su primera publicación, pero sí más maduro en cuanto a recursos, a oficio y a mirada.

Bicha no es, a diferencia de ese primer compendio, un conjunto de poemas sueltos, sino que un poemario unitario, compuesto por 30 textos que están divididos a su vez en 3 partes, todas tituladas "Escenario". Ningún poema sobrepasa la página y media de extensión, y suelen estar divididos en estrofas, con un verbo ligero, llano y por momentos musical (Eisner es músico, además), casi en formato canción. El casi significa: aquí no hay letras de canciones inexistentes, sino que hay poemas que a veces beben de las estructuras de una canción, sin que lleguen a haber estribillos.

El uruguayo, radicado en Chile desde los 9 años de edad, realizó en Bicha un ejercicio de engañosa complejidad: parece simple asirlo, por su lenguaje cotidiano, desprovisto de rebuscamientos, casi prosaico por momentos; pero lleva en sí una carga de sentido que no es tan fácil desbaratar.

Está dividido en 3 partes y cada sección contiene 10 poemas. En la primera habla la protagonista, la Bicha, partiendo por su “metaserpentosis”, donde de niña pasa a convertirse en serpiente (en clara cita a la metamorfosis kafkiana), con humor y vívidas imágenes del trastorno cotidiano de aquello, asociado a la adolescencia: “algunas amigas ya tenían / vellos en sus bajos pero escamas /ninguna”.

Luego, en la segunda parte, habla otra voz, que es el que sufre y huye de esta bicha (como la célebre Víbora de Nicanor Parra) que lo persigue, se mete en su cama y lleva su foto en sus escamas: “Desperté con lágrimas y era un susurro /era su voz /que decía te extraño” (De contrabando). Finalmente, en la tercera parte, es como si la cámara que registra estas escenas hiciera un zoom out para mostrar a las mismas cámaras que filman y la tramoya detrás de las escenas, un evidenciar el escenario pero sin que deje de suceder la trama, que concluye con un plural que tiembla ante la impronunciable: “éramos /muchos/una reserva de lobos/asustados/una guanera / rebosante (...) todo cagados /nos aferramos al último lucero” (El Faro de los Naufragios III).

Los poemas del libro están hilados por una narratividad que sin embargo no se agota en su lectura lineal y ordenada, de principio a fin. Puede leerse de distintos modos, incluso en forma saltada, sin que nos deje tan "colgados". Tiene sentido comenzar a leerlo por el principio, pero no es el único sentido: no es más importante la trama que la poesía. La levedad que este poeta logra imprimir en sus versos, ese ritmo musical pero no musicalizado, en que se sirve de un lenguaje llano, claro, sin barroquismos, me hace pensar en su parentesco con otros escritores rioplatenses y en particular con el argentino también radicado en Chile, Hernán Giurastante (o Bruno Genovesio), escritor prácticamente inédito -sólo ha publicado breves plaquettes para los amigos- que comparte con Eisner esa levedad y un humor (aunque más corrosivo el del argentino) que los alejan de los graves púlpitos, de las carreras apresuradas por la consagración o de cualquier pretensión exagerada.

El libro de Federico (donde cabe también distinguir que utiliza en algunos poemas el juego tipográfico e incluso el caligrama, sin que haya una ingenuidad experimental en ello sino más bien una incorporación de quiebres rítmicos y esquemas lúdicos), tiene a su vez la particularidad de la polifonía y de la polisemia: no hay sólo una voz ni hay sólo un sentido en el seseo en el que nos lleva culebreando a través de sus páginas.

También veo que hay espacio para la autoconciencia sobre el artificio literario o artístico, pero renegando a su vez del excesivo sarcasmo y cinismo de la literatura y de la vida actual, diciendo en el que quizás es el mejor poema del libro: "No creas hermana /que maldigo esas tardes borrachas de soberbia /pero temo que un día/ nos crucemos con tanta maravilla /que ya no seamos capaces de amarla" (Acero inoxidable).

La bicha, la impronunciable, la yeta, a veces no sabemos si está al frente o adentro del mismo hablante, que en sus aproximaciones escénicas -bíblicas y mitológicas- a la culebra como figura del mal, también se acerca al mundo popular y a la superstición que es el sedimento de ese temor primitivo al mal que anida en lo humano desde el principio de los tiempos: desde el cuco hasta la tarjeta de crédito.

martes, 20 de enero de 2009

La misteriosa geometría de la amistad

por Guillermo Carrasco Notario


Tatiana Alamos y Andrés Vio se han juntado en Talca por amistad. Lo que podrían hacer cada uno por separado, mostrar su arte, han decidido hacerlo juntos, acompañándose. Pero en esta reunión de obras han construido un espacio intercreativo que no es ni lo de uno ni lo del otro, sino lo de ambos. En esa tercera dimensión, la de la intercreatividad, Andrés y Tatiana se encuentran más allá del tiempo y de la historia personal, impulsados por su amistad creativa en un espacio sin edades.

Tatiana Alamos ha llegado cargada de tapices, de viejos saris recogidos en la India, de pinturas con personajes de mucha fuerza biográfica, en las que se entremezclan retazos de textiles y tejidos recolectados a través de la vida, como en “Homenaje a Violeta Parra”donde forma parte de la obra un pedazo de frazada que proviene de la casa de Violeta.

Andrés Vio ha elegido traer sus célebres tejidos de papel periódico, proeza de paciencia en que se verifica la antigua alquimia del artista que transforma el material pobre y desechable en objeto que perdura cargado de sentido: obra de arte. También ha traído pinturas de meticulosa ejecución, obras en las que la trama del tejido de papel es espejismo técnico o fantasmal memoria.

En esta junta de urdimbres que se ha verificado en Talca, la de los tapices, saris y telas de Tatiana y la de los papeles de Andrés, hay una atmósfera que me entusiasma; porque para celebrar el encuentro amistoso, mágica sincronía de dos universos creativos, han elegido estos tejedores los más humildes elementos, han armado una fiesta con guirnaldas hechas con el diario de domingos pasados y viejos fragmentos de tela y lana. Una fiesta hecha a las mil maravillas con casi nada –privilegio de quienes hemos nacido en pueblos más pobres según Lihn.

Lo bello de todo esto es que en esta particular reunión de obras, tal como ocurre con el encuentro de los corazones, las cronologías se equilibran y por arte de magia amistosa, el ilusorio tic tac del tiempo se detiene. Los hilos o fibras de estas obras se desembarazan aquí del polvo de su historia, y para nosotros vibran con un tiempo nuevo, con el nuevo sentido que les da la reunión amistosa de sus creadores.

Es, por otro lado, un encuentro en que cada uno aporta su diferencia. Tatiana, con sus poéticos homenajes a su madre, a Violeta, a Jorge Negrete, en los que no sólo desborda el color, sino la propia materia constructiva a la que muchas veces le queda chico el formato del cuadro y sigue su impulso hacia abajo o hacia arriba, más allá de los límites de la tela, y Andrés con sus urdimbres de papel que trasuntan mucho silencio y hacen caso omiso del tantas veces detestable contenido de sus impresas letras de molde, son dos creadores que dialogan y en su ejercicio creativo van tejiendo la misteriosa geometría de la amistad, proeza tanto más difícil en nuestro mundo de individualismos a ultranza.

Celebro el encuentro en Talca de dos obras que me entusiasman porque en ellas vibra un espíritu muy genuino y muy poético; pero sobre todo celebro la elección de estos creadores, de reunirse no a través del arte sino de la amistad, poniendo de este modo a sus obras en el preciso lugar que le corresponde a toda obra de arte: el centro de la vida.

(Tatiana Álamos y Andrés Vio. "A través de la amistad". En Centro de Extensión “Pedro Olmos”, 2 Norte 685, Talca. Hasta el 3 de marzo).